LA
UNIDAD DE LA EUCARISTÍA
Buzón:
jsalinas00@hotmail.com
Sumario:
1.
La adoración de Cristo en la Hostia Santa fuera de la misa
2.
La noción de real concomitancia en
Santo Tomás
3. Cómo
subsisten Cristo y su Acontecimiento en una unidad permanente
4. El principio de la real
concomitancia en el contenido de la Eucaristía
5.
Tiempo y eternidad en la Eucaristía
6. La Santísima Trinidad nos concede el don de la Eucaristía
y a través de Jesús Sacramentado edifica la Iglesia.
1.
La adoración de Cristo en la Hostia Santa fuera de la misa
Recuerdo
al Santo Padre durante su visita a Sevilla en 1993. La TVE nos trasmitió en directo algunos
momentos especialmente significativos. El Papa fue a clausurar solemnemente el
XLV Congreso Eucarístico Internacional que se desarrolló con gran piedad y con
una aportación teológica importante de varios ponentes. En la Catedral
hispalense se celebró un Acto de Adoración con el Santísimo expuesto en una
rica custodia. La cámara ofrecía a espectador de un modo recurrente y con
alternancia un primer plano de la
Hostia Santa y un primer plano del Santo Padre leyendo una alocución. La
Catedral estaba llena al completo de una multitud fervorosa. Aquél era uno de
los muchos actos eucarísticos que tuvieron lugar durante varios días en la
ciudad. En el transcurso de la alocución papal todos oímos de sus labios unas
palabras que, más o menos, decían lo siguiente: ..Sí, amados hermanos y
hermanas, es importante que vivamos y enseñemos a vivir los misterios totales
de la Eucaristía: el Sacramento del Sacrificio,
del Banquete, y de la Presencia permanente de Jesucristo el
Salvador.... las varias formas de culto a la Sagrada Eucaristía son una
extensión y a la vez una preparación para el Sacrificio de la Misa y de la
Comunión . Aquellas palabras no
aparecen en la versión oficial del discurso; eran algo que dijo
espontáneamente, al hilo del texto que leían con calma. No es la primera vez
que algo semejante haya ocurrido con los discursos de Juan Pablo II. En el
texto publicado posteriormente se lee:
.... las varias formas de culto a la Sagrada Eucaristía son una extensión y a
la vez una preparación para el Sacrificio de la Misa y de la Comunión ¿Será
necesario insistir de nuevo en las profundas motivaciones espirituales y
teológicas del culto al Santísimo Sacramento fuera de la celebración de la
Misa? Es verdad que la reserva del Sacramento se hizo, desde el principio, para
poder tomar la Comunión a los enfermos y a aquéllos ausentes de la celebración
Pero, como dice el Catecismo de la Iglesia Católica, 'para profundizar la fe en la Real Presencia de Cristo en Su
Eucaristía, la Iglesia se hizo consciente del significado que tiene adorar
silenciosamente al Señor presente bajo las especies Eucarísticas'" (n.
1379). (Papa Juan Pablo II, homilía de junio de 1993, Congreso Eucarístico
Internacional en Sevilla, España).
Quiero retener la expresión los
misterios totales de la Eucaristía: el Sacramento del Sacrificio, del Banquete,
y de la Presencia permanente de
Jesucristo el Salvador. En los documentos del Magisterio de la Iglesia de los
últimos decenios (Concilio Vaticano II, Pablo VI, Juan Pablo II, Catecismo de
la Iglesia Católica, Magisterio de los Obispos y libros rituales) predomina un
modo de proponer el misterio de la Santísima Eucaristía bastante común que no
coincide del todo con el modo de tratar este augusto misterio en manuales
dogmáticos anteriores o en la literatura piadosa. Por supuesto que estamos en la
misma fe de la Iglesia primitiva, substancialmente única e invariable. Aquí me
refiero solamente a una cuestión de esquemas explicativos, de acentos, de
desarrollos según una dimensión u otra,
dentro del misterio eucarístico tan inagotable como lo es el misterio de
Cristo, Persona y Acontecimiento, en toda su plenitud del cual la Eucaristía es Sacramento. El Magisterio actual conecta más
directamente con las fuentes bíblicas y la gran Patrística latina y griega y,
al mismo tiempo, incorpora el impresionante enriquecimiento eucarístico que se
da en la Iglesia Católica desde el siglo XIII al XVI. En primer lugar, la
palabra Sacramento abarca todos los aspectos parciales (aunque sean también
siempre totales) de una única realidad
llamada Eucaristía. El Sacramento de la Santísima Eucaristía comprende, de un modo inclusivo, toda una
variedad de aspectos: el sacrificio sacramental de Cristo en la Santa Misa, la
comida y bebida sacramentales de su Cuerpo y su Sangre, la presencia
sacramental de Cristo después de la Santa Misa allí donde se reserven las
especies sacramentales, la comunión a los enfermos, el Viático, la adoración a
Jesús Sacramentado en la Custodia, en las procesiones del Corpus, la
consumición siempre por vía de comunión sacramental de las Hostias consagradas
y reservadas en el Tabernáculo.
Convendrá recordar que en algunos casos se guarda dentro del sagrario
parte del Sanguis de la Misa, en un
recipiente adecuado, para dar la
comunión a enfermos que no pueden
deglutir cuerpos sólidos (cf. CIC 925). Ha sido Juan Pablo II quien ha sabido
plasmar una búsqueda teológica que viene de lejos en una triada ya clásica: La
Eucaristía, Sacramento-Sacrificio, Sacramento-Banquete, Sacramento-Presencia.
2.
La noción de real concomitancia en
Santo Tomás
A partir de unas palabras del Concilio de
Trento podríamos entender mejor (dentro
de los límites del misterio, pero sacudiendo la pereza) la íntima conexión que
se da entre los misterios totales de la Eucaristía, entre la celebración de
la eucaristía, la reserva eucarística fuera de la misa, la adoración a la
Hostia Santa, la comunión de los enfermos, la renovación de las formas
consagradas reservadas en el tabernáculo, las bendiciones con el Santísimo, las
procesiones eucarísticas y otras manifestaciones de culto a un único misterio.
Trento propone la doctrina de la fe con
estas palabras: inmediatamente después de la consagración está el verdadero
cuerpo de Nuestro Señor y su verdadera sangre juntamente con su alma y
divinidad bajo la apariencia del pan y del vino; ciertamente el cuerpo, bajo la
apariencia del pan, y la sangre, bajo la apariencia del vino en virtud de las
palabras; pero el cuerpo mismo bajo la apariencia del vino y la sangre bajo la
apariencia del pan y el alma bajo ambas, en virtud de aquella natural conexión
y concomitancia por la que se unen entre sí las partes de Cristo Señor que
resucitó de entre los muertos para no morir más [Rom. 6, 5]; la divinidad, en
fin, a causa de aquella su maravillosa unión hipostática con el alma y con el
cuerpo [Can. 1 y 3]. Por lo cual es de toda verdad que lo mismo se contiene
bajo una de las dos especies que bajo ambas especies. Porque Cristo, todo e
íntegro, está bajo la especie del pan y bajo cualquier parte de la misma
especie, y todo igualmente está bajo la especie de vino y bajo las partes de
ella [Can. 3]. (Denz.1545-1563, 876 ).
Se da una razón explicativa para colegir que desde una presencia
de cuerpo de Cristo y de otra presencia de sangre de Cristo se llega a la
presencia de Cristo entero bajo ambas especies: en virtud de aquella
natural conexión y concomitancia por la que se unen entre sí las partes de
Cristo Señor que resucitó de entre los muertos para no morir más (ut supra). Esta
razón la empleó ya en el siglo XIII
Tomás de Aquino, llamándola real concomitancia[1], que consiste en lo siguiente: si dos cosas están realmente unidas entre
sí, donde esté una de ellas está la otra[2].
Esta argumentación (ratio theologica) la empleó el Aquinate
también para cuestiones trinitarias: por real concomitancia, por ejemplo, donde
está una divina Persona también lo están las otras Dos.[3]
Santo Tomás establece una distinción entre la fuerza de las palabras de la
consagración eucarística (que haría presente solamente el Cuerpo o la Sangre de
Cristo como términos de la conversión) y la fuerza de la real concomitancia que
haría presente a Cristo entero (cuerpo, sangre, alma y divinidad ) bajo los
accidentes de pan y vino porque donde está el Cuerpo de Cristo Resucitado está
su Sangre, su Alma y su Divinidad y donde está su Sangre está su Cuerpo, su
Alma y su Divinidad. El Concilio de Trento recoge esta doctrina empleando la
palabra especies en vez de accidentes. Sin embargo, es importante distinguir entre el contenido
firme y permanente de la fe (en este caso, la presencia de Cristo entero bajo
las dos especies eucarísticas) y lo que es una razón argumentativa para
facilitar una cierta comprensión del misterio creído (en este caso, el
argumento de la real concomitancia).
Hay que señalar que una buena parte de la teología católica más reciente evita usar el argumento de la
real concomitancia al dar cuenta de lo que es indiscutible para la fe
católica; suelen alegar razones de tipo bíblico y patrístico. También hay que
señalar que el Catecismo de la Iglesia Católica no menciona la real
concomitancia al exponer la doctrina de la fe de siempre: El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es
singular. Eleva la Eucaristía por encima de todos los sacramentos y hace de
ella "como la perfección de la vida espiritual y el fin al que tienden
todos los sacramentos" En el santísimo sacramento de la Eucaristía están
"contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre junto
con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente,
Cristo entero". "Esta presencia se denomina «real», no a título
exclusivo, como si las otras presencias no fuesen «reales», sino por
excelencia, porque es substancial, y por ella Cristo, Dios y hombre, se hace
totalmente presente"[4].
Me parece que la noción misma de real concomitancia responde a un sentido de la realidad muy
fuerte; se trata de una noción más que de un concepto, puede entenderse en
diversos sentidos análogos y es útil para ilustrar muchos aspectos de la fe y de
la vida espiritual. El nervio conductor
de este trabajo va a ser precisamente la
noción de real concomitancia aplicada a la Presencia de Cristo en la
Hostia Santa (o en el Cáliz consagrado). No ha sido muy frecuente el recurso a
esta argumentación para enriquecer reflexivamente el contenido de nuestra fe
ante el Santísimo Sacramento pero puede intentarse, yendo siempre de la mano
del Magisterio, de los textos litúrgicos, de la vida eucarística de los santos.
3. Cómo
subsisten Cristo y su Acontecimiento en una unidad permanente[5]
El Catecismo de la Iglesia Católica hace un aporte de gran
interés: todo lo que Cristo es y todo lo
que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina
así todos los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente.[6]
Todo lo que Jesús "hizo y padeció" participa de la eternidad divina.
Esta afirmación requiere más atención. La existencia humana de Jesús se
desplegó en el tiempo, en una secuencia de momentos distintos, desde la primera
infancia hasta su agonía en la Cruz. En nuestra condición humana y caduca todos
los momentos del pasado se desvanecen y sólo se vive el momento presente, pero
en el caso de Cristo es distinto por razón de la Persona. En frase oída al
profesor Antonio Aranda en una conferencia,
"Cristo en su Ascensión al Cielo llevó consigo toda su historia". No
podemos imaginarlo, pero es necesario aceptar que el Niño Jesús, cuya imagen
besan con piedad los fieles en Navidad, es una realidad celeste, como lo es el
Cristo de la agonía en cuyas llagas buscan refugio los atribulados, como lo es
el Rey de la Gloria. ¿Cómo pueden estar entre sí conectados en una unidad
personal una multitud de momentos distintos y simultáneos? Ya hemos mencionado
la cohesión que otorga el Verbo Eterno, la Persona divina del Hijo, a toda la
naturaleza humana de Cristo realizada en una multitud de actos y padecimientos.
También el Espíritu Santo, uno e idéntico numéricamente, está en cada momento
histórico de la Humanidad Santísima de Cristo.
Si un Santo Padre dijo que "el
Espíritu es el lugar de los santos", con cuánta más razón se puede decir
que el Espíritu es el lugar en el que se da toda la vida de un santo; es decir,
es el lugar en el cual se despliega toda la vida de un solo santo. En el caso
de Cristo humano la secuencia de momentos vividos está unificada en el Verbo y
en el Espíritu en el seno del Padre y esa unidad inefable "participa de la eternidad divina" . Este
presente permanente de todo lo pasado está recogido, por ejemplo, en Rm 8, 34: ¿Quién condenará? ¿Cristo Jesús, el que
murió, más aún, el que fue resucitado, el que asimismo está a la derecha de
Dios, el que incluso intercede por
nosotros? . En 1 Jn 2, 1: Hijitos
míos, os escribo esto para que no pequéis. Pero si alguno peca, tenemos un abogado ante el Padre:
Jesucristo, el justo. Quizá el testimonio más impresionante es Hbr 7, 25: Por esto puede también salvar perfectamente
a los que se acercan a Dios a través de Él, ya que vive siempre para interceder por nosotros. El tiempo humano
transcurre aquí en la tierra y esa presencia del Misterio de Cristo es
inadvertida por la mayoría de los hombres; en todo caso, se habla de
acontecimientos controvertidos que ocurrieron hace unos dos mil años y que ha
dejado una profunda huella cultural en la humanidad. Sin embargo, las palabras
del CCE son rotundas: domina así todos
los tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente.
No somos capaces de imaginar cómo la Persona del Verbo posea de un modo real y simultáneo todos sus
actos vividos o padecidos en su naturaleza humana, porque nuestra experiencia
es la propia de personas simplemente humanas, pero la fe, el sentido de toda la
liturgia, el testimonio vivo de los santos nos hablan de esa unidad de Cristo y
su Acontecimiento completo, de un modo
semejante (puesto que se trata de una participación) a como Dios en cuanto Dios
goza de esa posesión total y simultánea de una vida perfecta e inacabable que
Boecio llamaba eternidad . El Verbo en
cuanto Dios es eterno sin más, pero la historia humana del Verbo participa de
esa eternidad. Esos son los términos del Catecismo de la Iglesia Católica. Por
tanto, cualquier momento de Cristo en la tierra se mantiene permanente
presente, más allá de este tiempo y de este espacio; de este tiempo que a
nosotros se nos va de entre las manos y nos separa de nuestro propio pasado; de
este espacio que a nosotros nos limita y nos separa de los demás. Nos ayuda a
entender algo más del misterio de Cristo si consideramos que la totalidad de su
vida en la tierra está orientada a los que Él llama su hora[7].
La hora de Jesús es la hora de su expiración voluntaria y amorosa en la Cruz
que es también el momento de su tránsito al Padre: Padre en tus manos entrego mi Espíritu[8].
De ese trance dice el
Catecismo: Cuando llegó su hora, vivió el único acontecimiento de la historia que
no pasa: Jesús muere, es sepultado, resucita de entre los muertos y se sienta a
la derecha del Padre "una vez por todas" (Rm 6, 10; Hb 7,27; 9,12).
Es un acontecimiento real, sucedido en nuestra historia, pero absolutamente
singular: todos los demás acontecimientos suceden una vez, y luego pasan y son
absorbidos por el pasado. El misterio pascual de Cristo, por el contrario, no
puede permanecer solamente en el pasado, pues por su muerte destruyó a la
muerte (...)[9].
Podríamos
reclamar con fe humilde algo más de inteligibilidad ante el hecho de que
en una hora se pueda condensar la
totalidad de la peripecia divino-humana de Cristo, desde su concepción virginal
en el seno de María hasta su exaltación en la gloria. Es así por la unidad de sentido de todos los momentos de Cristo.
Se encarnó por nuestra salvación profesamos en el Credo; con las palabras de
un salmo (me diste un cuerpo y he aquí que vengo a cumplir tu voluntad)
resume la Carta a los Hebreos la irrupción de Cristo en este mundo[10];
Cristo murió por nuestros pecados; resucitó para nuestra justificación, en
resumen: por nosotros vivió, murió y resucitó. Esa unidad de sentido desde el
principio hasta el final permite
afirmar que el Misterio Pascual de Cristo es la culminación de su Encarnación.[11] Todos los momentos de Cristo no constituyen
una mera sucesión de acontecimientos, como a veces ocurre con nuestra vida
dispersa e inconexa, sino que constituyen en su conjunto un único Acontecimiento
que encuentra su mayor densidad de contenido en la Muerte y Resurrección. Una
vez destruida la muerte con su muerte, esa totalidad de Sujeto, acciones y
padecimientos que llamamos el
Acontecimiento Cristo, permanece para siempre: Cristo, con
todo lo que vivió y sufrió por nosotros de una vez por todas, permanece
presente para siempre "ante el acatamiento de Dios en favor nuestro"
(Hb 9,24).[12]
4. El principio de la real
concomitancia en el contenido de la Eucaristía
El principio de la real concomitancia
es aplicable al contenido de lo que se hace presente a la fe en el Pan
consagrado y en el Vino consagrado durante la santa misa. Creemos que bajo
ambas especies o apariencias se contiene verdadera, real y substancialmente el
Cuerpo, la Sangre, el alma y la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo. Como
nos enseña el Himno eucarístico Adorote
devote ante esa inefable Presencia son inútiles la vista, el gusto, el
tacto; sólo la fe (que es comunicada externamente por el oído) conoce, cree y
adora esa Presencia. La vista, el gusto
y el tacto nos sirve sólo para captar unos signos externos que, a su vez, indican y
señalan una Presencia oculta, solamente percibida por la fe y en la
fe. Quien está presente es la Persona
Cristo en su totalidad de Verbo eterno humanado. Santo Tomás emplea una frase
de gran precisión y fuerza: El Verbo se hizo carne, es decir hombre: como si
el mismo Verbo fuera personalmente hombre.[13]
En la Hostia Santa no sólo están el Cuerpo o la Sangre como partes de una
realidad corpórea, sino que está la totalidad de la Humanidad Santísima de
Cristo Resucitado (cuerpo y alma) cuya única Persona es el Verbo. Adoramos la
Persona de Cristo en su realidad divina y humana, inseparables, Adoramos a
Jesús muerto y resucitado. Adoramos al
único Cristo, uno en sí mismo y único, no multiplicable, no movido de acá para
allá, no distinto de sí mismo en este sagrario o en aquel otro, no distinto de
sí mismo cuando comulga esta persona o aquella otra, no distinto de sí mismo
cuando se celebra una misa ahora, o ayer o mañana, no distinto de sí mismo
cuando se fracciona la sagrada forma. Siempre se trata del mismo y único Cristo
que se nos ofrece bajo las apariencias sensibles de la Eucaristía. Por ello es
muy adecuada la expresión de Cristo Sacramentado o Jesús Sacramentado que no
significa otro Cristo distinto del Único, sino el mismo y único Cristo que se
nos da de un modo sacramental, in
mysterio, oculto a los sentidos, aunque significado por gestos, palabras y
realidades materiales y humanas. Esos gestos y palabras sacerdotales junto con
ese pan y ese vino se multiplican aquí o allí, hoy y mañana, pero significan y
producen siempre una Única Presencia del Único Cristo que se
ofrece al Padre por nosotros,
cooperando el Espíritu Santo; que se nos da como comida y bebida
espirituales.
Podríamos considerar la presencia de la
Persona de Cristo de un modo abstracto, como una parte separada de una unidad
más completa, pero, entonces, estaríamos elucubrando, diseccionando la realidad
quizá para entenderla un poco mejor. La realidad es que en Cristo no cabe
separar la Persona de su historia divino-humana; no cabe separar la Persona del
Acontecimiento. Una vez más citamos la frase del Catecismo: todo lo que Cristo es y todo lo que hizo y
padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así todos los
tiempos y en ellos se mantiene permanentemente presente.[14]
El Cristo entero al que se
refiere la doctrina de la fe cuando habla de la presencia de Jesús bajo las dos
especies eucarísticas puede legítimamente entenderse de modo que en el entero
esté incluido el Acontecimiento en virtud de la real concomitancia que
tenemos presente desde el principio de ese artículo. Es verdad que el
Magisterio jamás ha enseñado que en la Hostia Santa está Jesús recién nacido en
Belén, Jesús Niño en Egipto, Jesús adolescente en el Templo de Jerusalén, Jesús
predicando en las sinagogas de Galilea, Jesús del Calvario, Jesús Resucitado
hablando con la Magdalena, Jesús sentado a la derecha del Padre. El lenguaje de
la fe es más sobrio y sintético: en la Sagrada Eucaristía está verdadera, real
y substancialmente presente el mismo
Cristo que fue concebido virginalmente de la Virgen Santísima, padeció bajo el
poder de Poncio Pilato muerte de Cruz por nuestros pecados, resucitó al tercer
día, subió a los cielos, está sentado a la derecha de Dios Padre y vendrá a juzgar a vivos y a muertos. Ante la Hostia Santa podemos contemplar con
los ojos de la fe cualquier momento de Cristo y podemos descubrir, con la ayuda del Maestro que llama, nuestra
implicación en cada una de las palabras y gestos de Jesús. Se trata de algo
muy experimentado por los santos: Os diré que para mí el Sagrario ha sido
siempre Betania, el lugar tranquilo y apacible donde está Cristo, donde podemos
contarle nuestras preocupaciones, nuestros sufrimientos, nuestras ilusiones y
nuestras alegrías, con la misma sencillez y naturalidad con que le hablaban
aquellos amigos suyos, Marta, María y Lázaro. Por eso, al recorrer las calles
de alguna ciudad o de algún pueblo, me da alegría descubrir, aunque sea de
lejos, la silueta de una iglesia; es un nuevo Sagrario, una ocasión más de
dejar que el alma se escape para estar con el deseo junto al Señor Sacramentado.[15]
Quizá la palabra implicación sea adecuada
para expresar la razón última de la Eucaristía que es el Amor infinito de Dios
a los hombres. Tomad y comed...mi Cuerpo entregado por
vosotros..Tomad y bebed...mi Sangre
derramada por vosotros. En la Eucaristía, Jesús se nos da y nos llama, nos
interpela. Con la ayuda del Espíritu Santo seremos capaces de conocernos a
nosotros mismos en Cristo Nuestro Señor que se nos da en la Eucaristía. La
Eucaristía es el lugar más adecuado para encontrar o volver a encontrar nuestra
propia vocación personal. En palabras del Papa: La Eucaristía constituye el momento culminante en el que Jesús, al
darnos su Cuerpo inmolado y su Sangre derramada por nuestra salvación, descubre
el misterio de su identidad e indica el sentido de la vocación de cada
creyente. En efecto, el significado de la vida humana está todo en aquel Cuerpo
y en aquella Sangre, ya que por ellos nos han venido la vida y la salvación.
Con ellos debe, de alguna manera, identificarse la existencia misma de la
persona, la cual se realiza a sí misma en la medida en que sabe hacerse, a su
vez don para todos.[16]
5.
Tiempo y eternidad en la Eucaristía
Sabemos
que en la celebración (Santa Misa) la eternidad entra en el tiempo, o mejor
quizá, somos elevados a la eternidad porque participamos de la liturgia
celestial.
Utilizando
una expresión dedicada a la liturgia sabática judía, la Eucaristía es
"gustar la eternidad en el tiempo" (A. J. Heschel). Como Cristo vivió en la carne permaneciendo
en la gloria de Hijo de Dios, así la Eucaristía es presencia divina y
trascendente, comunión con lo eterno, signo de la "compenetración de la
ciudad terrena y la ciudad celeste" (Gaudium et spes, 40). Por su
naturaleza, la Eucaristía, memorial de la Pascua de Cristo, introduce lo eterno
y lo infinito en la historia humana.[17]
Pertenece a la doctrina de la fe
la conexión esencial entra las palabras de la consagración y la conversión eucarística del pan y el vino. Los Padres de la Iglesia afirmaron con
fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia de la Palabra de Cristo y de la
acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión.[18]
Sólo ahí se da una coincidencia concreta, una parcela excepcional, en la que la
eternidad y el tiempo coinciden. Pero si atendemos al tiempo de la celebración
que precede o que sigue a las palabras consecratorias, no podemos decir que
ahora (según mi reloj de este tiempo del mundo) está dándose tal o cual
momento del Acontecimiento Cristo. No podemos decir que ahora conmemoramos y
se hace presente su Nacimiento, su
oración de Gethsemaní, su Agonía, su Resurrección... Esta idea la expresa con
lucidez F.M. Arocena: Si imaginamos la
Historia de la Salvación como una larga línea que se desarrolla en el tiempo,
podemos indicar aquello que ya se ha realizado con una línea continua que
llega hasta el momento presente, y lo que todavía no ha acontecido, aquello
que esperamos que se cumpla, con un trazo discontinuo que puede interrumpirse
en cualquier instante, ya que ignoramos cuándo vendrá el Señor. Si nos
preguntamos qué lugar ocupa la Eucaristía en la Historia de la Salvación y en
qué punto de la línea debemos situarla, la respuesta es que no ocupa un lugar
concreto, sino que la ocupa enteramente. La Eucaristía es coextensiva a la
Historia de la Salvación: toda ella está presente en la Eucaristía y la
Eucaristía está presente en toda la Historia de la Salvación[19]
La misma variedad de ritos legítimos
conservados en el interior de la Iglesia, a través de los tiempos, demuestra
que la riqueza del Misterio de Cristo es inagotable y a fortiori lo es su
celebración en el seno de la Iglesia. Hay una cierta complementariedad en esa
diversidad de ritos sin que ninguno de ellos, en singular, agote la insondable
riqueza del Misterio. Por esta razón la Iglesia exhorta a la conservación de
todos los ritos legítimos: El sacrosanto
Concilio, ateniéndose fielmente a la tradición, declara que la Santa Madre
Iglesia atribuye igual derecho y honor a todos los ritos legítimamente
reconocidos y quiere que en el futuro se conserven y fomenten por todos los
medios. Desea, además, que, si fuere necesario, sean íntegramente revisados con
prudencia, de acuerdo con la sana tradición, y reciban nuevo vigor, teniendo en
cuenta las circunstancias y necesidades de hoy.[20] Hay diversidad de acentos en las distintas
celebraciones de la única Eucaristía; hay matices distintos en la lógica
celebrativa; todo ello, sin embargo, nunca daña la unidad de la fe sino, que
por el contrario, manifiesta su riqueza.[21]
En la celebración de la Eucaristía (Santa
Misa) nuestro tiempo terreno cede el paso a la eternidad. Se comprende el
sentir de un enamorado de la Eucaristía: Es
tanto el Amor de Dios por sus criaturas, y habría de ser tanta nuestra
correspondencia que, al decir la Santa Misa, deberían pararse los relojes. [22]
El Acontecimiento Cristo, cuyo corazón
es el Misterio Pascual, desaloja, por decirlo de algún modo, la intervención
humana. Podríamos hablar de un tiempo eucarístico durante el cual la Trinidad
Santa tiene toda la iniciativa. Ese
tiempo eucarístico no se circunscribe y limita al altar y a la duración de la
Santa Misa. Si algunas formas consagradas son llevadas a un Sagrario para su
reserva, llevan consigo ese tiempo
eucarístico, no dejan de ser parte de una misa ya celebrada, empieza a ser
también parte de otra misa en la que serán sumidas o, en todo caso, se reservan
para ser dadas en Comunión eucarística a enfermos o a ausentes. Mientras tanto,
el Misterio Eucarístico es adorado por los fieles delante del Sagrario o
Tabernáculo. Un ejemplo tomado de la
experiencia puede ayudar a expresar esta idea. Imaginemos una proyección en
vídeo de un acontecimiento grabado anteriormente. Se suceden escenas,
secuencias, diálogos, primeros planos de distintas personas, De pronto, alguien
manifiesta interés en observar mejor un detalle o un rostro; basta parar, retroceder, volver a reproducir y,
justo, cuando llega la escena buscada se pulsa la tecla Pause. La imagen se para y permanece detenida el tiempo que
queramos; luego se vuelve a presionar Play
y se reemprende la visión de la cinta de un modo normal. Con la debida proporción, puede afirmarse
que la Hostia Santa reservada en el Sagrado es como una pausa entre una misa y
la comunión en otra misa; es decir, se encuentra dentro del tiempo eucarístico.
Si meditamos las palabras de himnos venerables que fueron compuestos para ser
cantados ante la Hostia Santa comprobamos esa conexión no interrumpida entre la
Santa Misa y el Sacramento fuera de la
Misa. En el Adoro te devote cantamos:
O memoriale mortis Domini , (oh
memorial de la muerte del Señor). La
inmolación redentora de Cristo es cantada ante el Santísimo: Pange lingua gloriosi/
Corporis Mysterium/Sanguinisque pretiosi/ quem in mundi pretium/ fructus
ventris generosi/ Rex effudit gentium. (Canta, lengua, del glorioso Cuerpo el
sagrado misterio y de la Sangre preciosa que, del mundo en rico precio, derramó
el Rey de las gentes, fruto del más noble seno). Un compendio de todo el
Misterio eucarístico está contenido en una
estrofa del s. XIII: O sacrum
convivium/ in quo Christus summitur/ recolitur memoria Passionis eius/ mens
impletur gratia/ et futurae gloriae/ nobis pignus datur. (¡Oh, sagrado
banquete! En el que se recibe a Cristo, se recuerda la memoria de su Pasión, el
alma se colma de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura). Del siglo
XIV procede esta letra: Ave, verum
Corpus,natum/ de Maria Virgine/ Vere passum, inmolatum/ in Cruce pro homine
(Salve, verdadero Cuerpo nacido de María, la Virgen. Verdaderamente atormentado
e inmolado en la Cruz por los hombres).
No es una
presencia estática la de Cristo en la Hostia Santa: es la presencia de Cristo
muerto y resucitado; es el Cordero del Apolalipsis degollado y puesto en pie;
es Jesucristo el Justo que intercede de contínuo por nosotros. Su presencia es
también presencia de un sacrificio
perenne, de forma que no sólo cada año (como entre los judíos se hacía),
sino también cada día, y hasta cada hora y cada instante, sigue ofreciéndose
para nuestro consuelo, para que no dejemos de tener la ayuda más imprescindible
.[23]
La real concomitancia de todo lo que es Cristo
respecto a lo que es su Cuerpo o su Sangre
permite entrever la densidad de presencia que Jesús ofrece a nuestra fe,
a nuestra esperanza y a nuestro amor.[24]
6. La Santísima Trinidad nos concede el don de la Eucaristía
y a través de Jesús Sacramentado edifica la Iglesia.
En una oración atribuida a Santo Tomás pedimos: Oh amantísimo Padre,
concédeme que al recibir a tu Hijo
Amado oculto, pueda contemplarlo
finalmente para siempre con la faz desvelada. El que vive y reina contigo en la
unidad del Espíritu Santo por los siglos de los sigos. Amén.[25] En la Eucaristía comunicamos con la
Santísima Trinidad en cuyo seno tiene lugar el Acontecimiento Cristo. En esa misma oración, pedimos: Oh Dios lleno de mansedumbre, concédeme de
tal modo recibir el Cuerpo de tu Hijo Unigénito, alumbrado por la Virgen María,
que merezca ser incorporado a su cuerpo místico y ser contado entre sus
miembros.[26] A través de
la Eucaristía somos constituidos Cuerpo Místico de Cristo, Iglesia.
Quiero concluir citando una plegaria de
adoración de Juan Pablo II ante Jesús Sacramentado porque en ella se contienen
todos los elementos citados casi de pasada en este artículo.
Señor Jesús:
Nos
presentamos ante ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos.
«Tú
tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres
el Hijo de Dios» (Jn. 6,69).
Tu
presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio de la última cena y
continúa como comunión y donación de todo lo que eres.
Aumenta
nuestra FE.
Por medio de ti y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al
Padre para decirle nuestro SÍ unido al tuyo.
Contigo
ya podemos decir: Padre nuestro.
Siguiéndote
a ti, «camino, verdad y vida», queremos penetrar en el aparente «silencio» y
«ausencia» de Dios, rasgando la nube del Tabor para escuchar la voz del Padre
que nos dice: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo mi complacencia:
Escuchadlo» (Mt. 17,5).
Con
esta FE, hecha de escucha contemplativa, sabremos iluminar nuestras situaciones
personales, así como los diversos sectores de la vida familiar y social.
Tú
eres nuestra ESPERANZA, nuestra paz, nuestro mediador, hermano y amigo.
Nuestro
corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives «siempre
intercediendo por nosotros» (Heb. 7,25).
Nuestra
esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y camino apresurado contigo
hacia el Padre.
Queremos
sentir como tú y valorar las cosas como las valoras tú. Porque tú eres el
centro, el principio y el fin de todo.
Apoyados
en esta ESPERANZA, queremos infundir en el mundo esta escala de valores
evangélicos por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el
corazón y en las actitudes de la vida concreta.
Queremos
AMAR COMO TÚ, que das la vida y te comunicas con todo lo que eres.
Quisiéramos
decir como San Pablo: «Mi vida es Cristo» (Flp. 1,21).
Nuestra
vida no tiene sentido sin ti.
Queremos
aprender a «estar con quien sabemos nos ama», porque «con tan buen amigo
presente todo se puede sufrir». En ti aprenderemos a unirnos a la voluntad del
Padre, porque en la oración «el amor es el que habla» (Sta. Teresa).
Entrando
en tu intimidad, queremos adoptar determinaciones y actitudes básicas,
decisiones duraderas, opciones fundamentales según nuestra propia vocación
cristiana.
CREYENDO,
ESPERANDO Y AMANDO, TE ADORAMOS con una actitud sencilla de presencia, silencio
y espera, que quiere ser también reparación, como respuesta a tus palabras:
«Quedaos aquí y velad conmigo» (Mt. 26,38).
Tú
superas la pobreza de nuestros pensamientos, sentimientos y palabras; por eso
queremos aprender a adorar admirando el misterio, amándolo tal como es, y
callando con un silencio de amigo y con una presencia de donación.
El
Espíritu Santo que has infundido en nuestros corazones nos ayuda a decir esos
«gemidos inenarrables» (Rom. 8,26) que se traducen en actitud agradecida y
sencilla, y en el gesto filial de quien ya se contenta con sola tu presencia,
tu amor y tu palabra.
En
nuestras noches físicas y morales, si tú estás presente, y nos amas, y nos
hablas, ya nos basta, aunque muchas veces no sentiremos la consolación.
Aprendiendo
este más allá de la ADORACIÓN, estaremos en tu intimidad o «misterio». Entonces
nuestra oración se convertirá en respeto hacia el «misterio» de cada hermano y
de cada acontecimiento para insertarnos en nuestro ambiente familiar y social y
construir la historia con este silencio activo y fecundo que nace de la
contemplación.
Gracias
a ti, nuestra capacidad de silencio y de adoración se convertirá en capacidad
de AMAR y de SERVIR.
Nos
has dado a tu Madre como nuestra para que nos enseñe a meditar y adorar en el
corazón. Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica, se hizo la más
perfecta Madre.
Ayúdanos
a ser tu Iglesia misionera, que sabe meditar adorando y amando tu Palabra, para
transformarla en vida y comunicarla a todos los hermanos.
Amén.
. Madrid, 5 de marzo de 2002
Jorge Salinas Alonso
[1]
Ad primum ergo dicendum quod, quia
conversio panis et vini non terminatur ad divinitatem vel animam Christi,
consequens est quod divinitas vel anima Christi non sit in hoc sacramento ex vi
sacramenti, sed ex reali concomitantia. Quia enim divinitas corpus
assumptum nunquam deposuit, ubicumque est corpus Christi, necesse est et eius
divinitatem esse. Et ideo in hoc sacramento necesse est esse divinitatem
Christi concomitantem eius corpus. Unde in symbolo Ephesino legitur, participes efficimur corporis et sanguinis
Christi, non ut communem carnem percipientes, nec viri sanctificati et verbo
coniuncti secundum dignitatis unitatem, sed vere vivificatricem, et ipsius
verbi propriam factam. Anima vero realiter separata fuit a corpore, ut
supra dictum est. Et ideo, si in illo triduo mortis fuisset hoc sacramentum
celebratum, non fuisset ibi anima, nec ex vi sacramenti nec ex reali
concomitantia. Sed quia Christus
resurgens ex mortuis iam non moritur, ut dicitur Rom. VI, anima eius semper est realiter corpori unita. Et ideo in hoc
sacramento corpus quidem Christi est ex vi sacramenti, anima autem ex reali
concomitantia (STh III, q. 76, a. 1 ad 1)
[2] Si enim aliqua duo
sunt realiter coniuncta, ubicumque est unum realiter, oportet et aliud esse,
sola enim operatione animae discernuntur quae realiter sunt coniuncta. (STH
III, q.76, a. 1 ad 1)
[3] sed intelligitur in nomine Christi
Spiritus Sanctus ratione concomitantiae, quia ubicumque est Christus, est
Spiritus Christi, sicut ubicumque est Pater, est Filius (Contra errores
graecorum, pars 1, cap. 13)
[4] CCE, n. 1374
[5] Este tema está desarrollado en otro artículo titulado: La Presencia del Acontecimiento Cristo, www.theologoumena.com
[6] CCE n. 1085
[7] Jn 2, 4; 12, 27
[8]
Lc 23, 46
[9] CCE n. 1085
[10] Hb 10, 7
[11] cfr CEE n.
[12] CCE n. 519
[13]
Verbum
caro factum est,id est homo: quasi ipsum Verbum personaliter sit homo (Quaestiones disputatae V, de unione Verbi
Incarnati,a.1)
[15] Beato Josemaría: Es Cristo que pasa, 154.
[16]
Mensaje del Papa para la Jornada Mundial de Oración
por las Vocaciones (12-05-2000)
[17] Juan Pablo II:
[18] CCE 1375
[19] F.M. Arocena, En el corazón de la liturgia, Madrid 1999, p. 415.
[20] Conc. Vaticano II: Const. Sacrosanctum concilium, n. 4)
[21] Después de la celebración de la Eucaristía en la Basílica de San Pedro en el Jubileo Santo del 2000, el Papa dijo a los asistentes: La celebración que acabáis de realizar según vuestro antiguo y venerable rito hispano-mozárabe se une en este Año santo a la serie de celebraciones jubilares tenidas en Roma en los diversos ritos y tradiciones litúrgicas de la Iglesia, tanto del Oriente como del Occidente. Con ellas se ha puesto claramente de relieve la unidad de la fe católica en la diversidad legítima de sus múltiples expresiones históricas y geográficas. (Discurso del Santo Padre Juan Pablo II a diferentes grupos de peregrinos jubilares y de la archidiócesis de Toledo, 16 de diciembre de 2000).
[22] Beato Josemaría: Forja 436
[23] Del comentario de san Juan Fisher, obispo y mártir, sobre los salmos. Salmo 129: Opera omnia, edición 1579, p. 1610
[24]
Santo Tomás dice de un modo rotundo que en altar
por la fuerza del sacramento está la substancia del Cuerpo de Cristo; los
accidentes de Cristo están también, a)
de un modo concomitante, por concomitancia real , b) quasi per accidens y, c) no según su modo natural, sino per modum substantiae. Es verdad que el
Aquinate se limita a sacar todas las consecuencias considerando el caso
particular de la cantidad extensiva: Ad primum ergo dicendum quod modus existendi
cuiuslibet rei determinatur secundum illud quod est ei per se, non autem
secundum illud quod est ei per accidens, sicut corpus est in visu secundum quod
est album, non autem secundum quod est dulce, licet idem corpus sit album et
dulce. Unde et dulcedo est in visu secundum modum albedinis, et non secundum
modum dulcedinis. Quia igitur ex vi sacramenti huius est in altari substantia
corporis Christi, quantitas autem dimensiva eius est ibi concomitanter et quasi
per accidens, ideo quantitas dimensiva corporis Christi est in hoc sacramento,
non secundum proprium modum, ut scilicet sit totum in toto et singulae partes
in singulis partibus; sed per modum substantiae, cuius natura est tota in toto
et tota in qualibet parte. (STh IIIª q. 76 a. 4
ad 1)
Una
de las consecuencias es la siguiente: de ningún modo está el Cuerpo de Cristo
localizado en este sacramento (Unde
nullo modo corpus Christi est in hoc sacramento localiter :STh IIIª
q. 76 a. 5 co). La extensión del pan no pasa a ser la
extensión de Cristo, sino que sigue siendo extensión de pan, captada por los
sentido y signo cierto de que nos encontramos ante una presencia substancial
del Cuerpo de Cristo, presencia que por sí misma no cae bajo la percepción
sensible de los hombres.
Si aplicamos con rigor la lógica tomista podríamos
repetir el razonamiento con otros accidentes de la substancia aparte de la
cantidad; por ejemplo,los accidentes propios de la cualidad. Santo Tomás afirma
que cualquier mutación que no altere la substancia inhiere en ella de un modo
accidental, sea por vía de cantidad o por vía de cualidad. Todos los acta et passa Christi pertenecen, desde
una visión metafísica, al orden accidental; por tanto, están presentes con la
substancia del Cuerpo de Cristo de un modo concomitante, quasi per
accidens, per modum substantiae no
según su modo natural (aliqua vero
mutatio in qua variatur illud quod inest rei accidentaliter, scilicet quantitas
vel qualitas, ut patet in motu augmenti et alterationis; aliqua vero mutatio
est quae pertingit usque ad formam substantialem, sicut generatio et corruptio
:In libros Sententiarum In IV Sententiarum Distinctio 11 Artículus 3ª, CO)
[25] O amantissime Pater, concede mihi dilectum Filium tuum, quem nunc velatum in via suscipere propono, revelata tandem facie perpetuo contemplari: Qui tecum vivit et regnat in unitate Spiritus Sancti, Deus, per omnia saecula saeculorum. Amen
[26]
O mitissime Deus, da mihi
Corpus unigeniti Filii tui, Domini nostri, Iesu Christi, quod traxit de Virgine
Maria, sic suscipere, ut corpori suo mystico merear incoporari, et inter eius
membra connumerari