LA TRINIDAD
Y LA PRESENCIA
DE PERSONA(S) EN PERSONA(S)

El título de este artículo me lo ha sugerido H. Muehlen en su conocida obra "El Espíritu Santo en la Iglesia"(1). A primera vista puede resultar chocante, pero la Sagrada Escritura está llena de frases en las que se reproduce este sencillo esquema: alguien (una persona) está en alguien distinto (otra persona).Especialmente en el Nuevo Testamento esta estructura sintáctica se encuentra cientos de veces; por ejemplo, "Yo estaré en vosotros", "vosotros estaréis en Mi", "Yo estaré en el Padre y vosotros en Mí", "El Espíritu Santo en vosotros", "Yo en Ti y tú en Mí", "vivo en Cristo", "Cristo vive en mí", "ellos en nosotros", "Dios estaba en Cristo", "El Espíritu Santo que habita en nosotros", etc. No me parece exagerado afirmar que en el Nuevo Testamento se contiene la revelación de un universo de personas entre las que se da una mutua o recíproca interioridad.

El paso de un locativo material a otro espiritual

Muhlen también reflexiona mucho sobre el valor de las preposiciones básicas del lenguaje bíblico griego: en, ek, dia, pros,...La proposición "en" (traducida al latín por in) tiene una gran importancia para lo que vamos a tratar más adelante. Estas partículas proceden como en todas las lenguas de la experiencia sensible, del mundo de los cuerpos, donde todo ocurre aparentemente dentro de un espacio. En su sentido más inmediato "en" es una partícula locativa. Naturalmente que existen muchas más sentidos derivados de este sentido primario. Además en latín "in" tiene un sentido direccional del que carece el "en" griego. Cuando Santo Tomás se pregunta si los ángeles ocupan lugar lo niega puesto que no son cuerpos sino formas separadas subsistentes, pero habla de una presencia operativa de los ángeles cuando actúan sobre un cuerpo Sin embargo, hay una cierta hipoteca en este lenguaje fundado y casi reducido a la categoría de las substancias en primer lugar materiales y de un modo analógico espirituales. Muhlen califica a este lenguaje de pre-personal y, por tanto, pobre para captar los matices de los textos bíblicos y patrísticos.

La simple lectura de San Juan y de San Pablo nos descubre un universo de relaciones profundamente interpersonales en el cual se instala Jesucristo (evangelio de San Juan) refiriendo su Persona al Padre o al Espíritu Santo (Yo en el Padre, el Padre en Mí, Tú , Padre, en Mí, Yo en Ti, Me voy , pero viene Otro, que no hablará de sí sino de lo que ha recibido), pero también situando a los discípulos en ese mismo entramado de mutua interioridad o de inmanencia recíproca interpersonal, como puede ser: me voy al Padre, a prepararos una morada; luego vendré y os tomaré conmigo para que allí donde Yo esté estéis vosotros también; Yo en el Padre y vosotros en Mi ; el Padre y Yo vendremos y estableceremos nuestra morada en vosotros ; permaneced en Mí como Yo permanezco en el Padre; y más variantes de un modo suprasensible de estar y actuar persona(s) en persona(s).

San Pablo tiene igualmente un repertorio abundante de "instalaciones interpersonales" como ser, vivir, estar en Cristo; actuar, decir, mandar en el Espíritu; recíprocamente, Cristo en mí, en nosotros; el Espíritu en mí, en nosotros; vosotros y yo en el Espíritu o en Cristo;

Se descubre asimismo un a conexión íntima entre unas y otras recíprocas "inmanencias" que cristalizan en esas formas riquísimas de contenido: Del Padre el Hijo en el Espíritu, del Padre por el Hijo el Espíritu, Del Padre y el Hijo el Espíritu, en el Espíritu a través de Cristo al Padre, y más que ahora no consideraremos.

Hacia una conexión más inmediata con la Sagrada Escritura, con los Padres y los santos místicos

Siempre ha sido más vivo el lenguaje de los santos que el de los teólogos, aunque también hay abundancia de grandes teólogos santos. La fe es, ciertamente, un hecho distinto de la experiencia, pero no está separada de la experiencia. Incluso en los casos de mayor frialdad emotiva. Pedro se dirigió a cristianos que no compartieron su experiencia vital junto a Cristo histórico con estas palabras: "En lo cual os regocijáis, bien que ahora por breve tiempo, afligidos con diferentes pruebas, para que los quilates de vuestra fe, mucho más preciosos que los del oro perecedero, pero que es aquilatado por el fuego, sean hallados dignos de alabanza, gloria y honor en la revelación de Jesucristo; al cual, sin haberle visto, amáis; en el cual, ahora, sin verle, pero creyendo, os regocijáis con gozo inenarrable y rebosante de gloria, alcanzando la meta de vuestra fe, la salud de las almas"(2).

Esa misma experiencia la han tenido todos los santos de todos los tiempos; algunos han sabido expresarlo en páginas que son verdaderos lugares teológicos. En una de las más bellas páginas del Catecismo se lee: "La gracia, siendo de orden sobrenatural, escapa a nuestra experiencia y sólo puede ser conocida por la fe. Por tanto, no podemos fundarnos en nuestros sentimientos o nuestras obras para deducir de ellos que estamos justificados y salvados. Sin embargo, según las palabras del Señor: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7,20), la consideración de los beneficios de Dios en nuestra vida y en la vida de los santos nos ofrece una garantía de que la gracia está actuando en nosotros y nos incita a una fe cada vez mayor y a una actitud de pobreza llena de confianza"(3).

En casi todos los escritos íntimos de grandes Santos el universo de su oración y contemplación no es situable en un espacio euclídeo. La rigidez del espacio y del tiempo parecen desaparecer : la simultaneidad entre acontecimientos distintos y distantes en el tiempo y en el espacio parece natural en un universo que reposa y se da en Cristo y en el Espíritu Santo (4).

En las páginas de todos los místicos hay una vivencia de cercanía, más aún, de presencia inmediata de Jesús en sus distintos Misterios, de Dios Padre, del Santo Espíritu. Sorprende la soltura y facilidad con que emplean , sin demasiada reflexión, un lenguaje casi idéntico al de la Sagrada Escritura al referirse a las Personas Divinas, en el que se advierte por igual la Unidad de Dios y la Trinitaria Alteridad de la Personas; en ese entramado de inmanencia recíproca los Santos se ven incluidos y allí tienen su cielo interior.

 

La mediación permanente de la Humanidad de Cristo

Ante la Humanidad Santísima de Cristo se advierte en todos los Santos una cercanía interior patente. Quizá más en estos últimos siglos. Los Santos Padres de los siglos IV y V estuvieron muy centrados en la formulación completa del dogma trinitario. Era prioritario el establecimiento teológico de la divinidad del Verbo y de la divinidad del Paráclito. Anteriormente se había ganado la batalla antignóstica y la consistencia de la verdadera humanidad del Verbo hecho carne. Pero el carácter mediador permanente de la Humanidad de Cristo es objeto de atención con especial fuerza en el siglo XIII. También a partir de ese siglo en la Iglesia latina adquiere un enorme relieve la presencia verdadera, real y substancial de Cristo bajo las especies sacramentales eucarísticas. Hay una conexión muy directa entre la verdad de la Encarnación y el culto especial al Sacramento reservado fuera de la Misa. Este proceso no se ha registrado, en cambio, en la Iglesia Oriental.

Hay quienes señalan que la atención creciente de la Humanidad Santísima de Cristo se aceleró después de la reforma luterana.

La devoción al Sagrado Corazón de Jesús con todas sus implicaciones teológicas y espirituales va en esa misma dirección. Como también acontece con las nuevas dimensiones que adquiere en tiempos más recientes la mariología y el redescubrimiento teológico y espiritual de San José. Todo parece apuntar en la Iglesia Católica hacia un cristocentrismo fuerte en el que la verdadera condición humana de Cristo pasa a un primer plano.

El Concilio Vaticano II resitúa este planteamiento centrándolo en la Trinidad y en la antropología. Cristo, Verbo Encarnado revela al hombre el propio hombre (5). En Cristo se manifiesta la faz del Padre y también el rostro genuino del hombre

La perichoresis o circumincessio intratrinitaria, raíz de toda comunión

De un modo pleno sólo se da este tipo de presencia de Personas en Personas en el seno de la Santísima Trinidad. El Padre está todo en el Hijo y en el Espíritu. El Hijo está todo en el Padre y en el Espíritu. El Espíritu está todo en el Padre y el Hijo. Dios es su misterio más profundo una comunión perfecta de Personas.

En el libro oficial del Comité para el Jubileo del año 2000 se describe así la mutua autodonación de las personas divinas:"La vida interior de Dios es en su intercambio infinito en el interior de Dios, una auto-donación continua entre Padre e Hijo en el Espíritu Santo. El Padre da toda su divinidad al Hijo, y éste restituye la misma divinidad al Padre. En este intercambio recíproco no hay temor de perderse, ni necesidad de recurrir a la violencia para superar el mal; el don puede ser, y es, sin reserva, como el intercambio" (6).

La perichóresis es una realidad divina, conocida por la fe y máxima expresión de Dios como Comunión, como Vida personal, como Amor. El Damasceno la describía así: "La permanencia y la morada de una de las tres Personas en la otra significa que son inseparables, que no han de separarse, que tienen entre sí una compenetración sin mezcla. No se funden y se mezclan entre sí, sino que se conjugan mutuamente. Es decir, el Hijo está en el Padre y en el Espíritu, y el Espíritu está en el Padre y en el Hijo, y el Padre está en el Hijo y en el Espíritu, sin que tenga lugar una fusión, o una mezcla, o una confusión. El movimiento es uno e idéntico, ya que el impulso y el movimiento de las tres Personas es único, algo que no se puede advertir en la naturaleza creada"(7).

San Buenaventura utiliza el término de circumincessio para referirse a esta doctrina mantenida siempre en la Iglesia: "solamente en Dios se da la más alta unidad con distinción, de manera que es posible esta distinción sin mezcla y esta unidad sin separación"(8).

La noción de perichoresis o de circumincessio es clave en la teología trinitaria. La identidad de cada Persona con la única sustancia divina es conjugada con la irreducible alteridad de cada divina Persona. Esta Comunión única se da en una plenitud de Vida y Amor. Las procesiones divinas son la misma vida divina, eterna, inagotable, inefable.

 

La Trinidad es participada en la criatura por las misiones

La gracia habitual o gracia santificante es una participación de la naturaleza divina en el alma del justificado. Por la gracia el cristiano es dios por participación. Esa realidad sobrenatural es recibida en la sustancia del alma. La persona creada sigue siendo la misma persona pero se ha divinizado. Esta divinización accidental no convierte, por tanto, a la persona humana en una Persona divina. El tratado sobre la Gracia está muy desarrollado y es de posesión y uso no polémico en la teología católica. Pero, en cambio, está menos desarrollado y aceptado comúnmente el tratado sobre el estatuto sobrenatural de la persona cristiana en relación con las tres Divinas Personas. Se relaciona más fácilmente la naturaleza humana con la naturaleza divina, pero menos esta relación de la persona con las Divinas personas. Sin embargo hay un cuerpo de doctrina espléndido en Santo Tomás quien siempre consideró el estado del hombre justificado como una nueva morada de Dios: signum est sanctitas hominum, qui ex divina inhabitatione sanctificantur (9).

El Magisterio del Papa especialmente en estos tres años anteriores al Jubileo del año 2.000 es un despliegue en todas las direcciones de la riqueza contenida en la Sagrada Escritura, en los Padres y también en Santo Tomás acerca de la misión conjunta, mutuamente implicada, distinta e inseparable del Hijo y del Espíritu Santo a la criatura racional. En palabras del propio Pontífice, "la Trinidad es el viático para llegar al Gran Jubileo del año 2.000".

Destinatario principal de la doble Misión es la Santísima Humanidad de Cristo, la cual carece de subsistencia propia. Fue creada y simultáneamente se instaló en Ella el Verbo como hipóstasis y el Espíritu Santo como Unción (10). En otra parte de este trabajo se tratará con más detalle y con toda la veneración y adoración posibles esta Obra divina, la más grande de todas las obras divinas. Desde Cristo glorificado (desde, en sentido de origen o causa, no en el sentido de secuencia temporal), recibimos todos "gracia sobre gracia". La donación de Dios al hombre encuentra su plenitud en Cristo Verbo Encarnado y a través de Él Dios se nos da. De un modo consecuente como decimos que toda gracia es gracia de Cristo podemos decir que la missio coniuncta Filii et Spiritus Sancti se continúa, se hace permanente y universal, desde la Humanidad Santísima de Cristo y tiene como destinatarios a todos los hombres, al menos como destinatarios virtualmente posibles puesto que la voluntad salvífica de Dios es universal. Mediante la Humanidad glorificada de Cristo el Padre nos da a su Hijo en el Espíritu Santo y, junto con su Hijo, nos da el Espíritu. Las mismas procesiones eternas (generación y espiración) que son como la respiración de la vida divina , originan la presencia concedida como don de las Personas del Hijo y del Espíritu en el alma. La persona humana agraciada no es engendrada ni espirada (sigue siendo una criatura) pero sí que el Hijo es engendrado en ella y el Espíritu Santo espirado en ella. La criatura agraciada es introducida en la perichoresis trinitaria de la divinas Personas. ¿Se puede llamar a ese misterio participación en la criatura de Santísima Trinidad, o la Trinidad participada en la criatura? El Papa usa ese modo de hablar, por ejemplo: "Con la constante promoción del amor fraterno en la forma de vida común, la vida consagrada pone de manifiesto que la participación en la comunión trinitaria puede transformar las relaciones humanas, creando un nuevo tipo de solidaridad" (Exh. Ap. Vita consecrata, n. 41).

El Papa se refiere con frecuencia a esa participación en la vida trinitaria, real por la vida de la gracia (11), a través de la liturgia y, de un modo muy especial por la Eucaristía (12). El Papa nos recuerda las enseñanzas de los Padres acerca de esa participación de la persona en la vida trinitaria (13).

Hay ciertamente una imagen de la Trinidad en la misma constitución intelectual de la persona humana; si en toda criatura existe un vestigio o huella de la Santísima Trinidad, con más claridad aparece esa imagen en la criatura que corona la creación sensible. Conocemos la asimilación que San Agustín hizo de la memoria, la inteligencia y el amor a al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo (14). Pero cuando se habla de participación de la Trinidad en el hombre se habla de un nivel sobrenatural, que excede la condición de criatura, aún cuando responde dicho nivel a las aspiraciones más profundas del ser humano (15).

 

La fecundidad teológica de la doctrina de la participación

Cuando hablamos en términos de participación tenemos en la mente un sistema profundo de pensamiento que viene de Platón a través de Proclo, que es asumido por Santo Tomás y convertido en una poderosa herramienta intelectual para la ratio theologica. Siempre, por tanto, hay implícito un Uno Superior, una forma separada que es participada, un Esse Subsistens que es participado en el esse creado. Para ilustrar el misterio de la gracia divina no es un problema hablar de "participación de la naturaleza divina", pero cuando se trata de una Triada de Relaciones Subsistentes, de una Comunión perfecta de Personas, entonces, hay que acomodar y analizar el lenguaje de la participación para no dar un salto lógico en el vacío.

F. Ocáriz viene desarrollando desde hace tiempo una terminología de cuño tomista bien sólida. El cristiano participa por la gracia de la Filiación Subsistente (es decir, del Verbo) y es constituido por ello hijo de Dios (Padre) en el Hijo. Decir que por el bautismo somos hijos de Dios en el Hijo por la acción del Espíritu Santo es expresión normal y cada vez más frecuente en el Magisterio de la Iglesia.

Santo Tomás dice que por la fe "de alguna manera" Verbum concipitur in mente. También afirma que la caridad es cierta participatio Spiritus Sancti in corde. La Sagrada Escritura dice más: nos habla de una inhabitación del Espíritu Santo en el cristiano, hecho "templo del Espíritu", pneumatóforos. También nos enseña que nadie puede decir "Jesús, el Señor" si no es en el Espíritu Santo, es decir, que la fe la implanta en nuestro corazón el Paráclito y el núcleo de la fe es reconocer en Jesús al Cristo, al Kyrios, La fe es la entrada para que Cristo habite en nuestros corazones. Cristo es el Verbo Encarnado porque la Unción unge a la Humanidad Santísima de Cristo, no al Verbo. El Verbo no es ungido por el Espíritu. Eso no sería verdad. Sí podemos decir que el Verbo es engendrado por el Padre en el Espíritu en el sentido de que es engendrado por el Padre Spirans Amorem. Lo dice expresamente Santo Tomás: " et ideo hoc quod dicitur esse Spiritus Sanctus amor Patris in Filium, non pertinet ad generationem, sed ad Spiritus Sancti processionem" (16). En la Trinidad nada hay antes ni después; podemos confesar la simultaneidad eterna de ambas procesiones. El Padre es Pater amans; su amor in Filium es simultáneo a su generación del Hijo. El Padre engendra al Hijo espirando Amor al propio Hijo. Por su parte el Hijo es Filius amans, que es engendrado espirando Amor hacia su Padre. Ya tendremos ocasión más delante de comprobar esa simultaneidad entre la doble misión del Hijo y el Espíritu. Es posible decir que el Padre envía al Hijo en el Espíritu y que el Padre envía al Espíritu en el Hijo, aunque también la Escritura nos muestra, en muchas ocasiones, una precedencia de la misión del Hijo sobre la del Espíritu y, en otras ocasiones, una precedencia de la misión del Espíritu respecto a la del Hijo.

Jesús asocia su presencia en nosotros a la presencia del Padre. Las tres divinas Personas establecen su morada en el alma fiel. Eso es doctrina común, abundantemente comentada en estos años previos al Jubileo del año 2.000.

Se puede analizar por separado la relación de una persona humana agraciada por Dios con respecto cada una de las divinas Personas. Y a través de cada una de esas divinas Personas con las otras Dos . Pero antes de seguir recordemos unas palabras del Papa: "Quien no ve la imagen de Dios en el hombre y no ve todos los rostros humanos iluminados por el rostro mismo de Cristo, a quien cada uno en acto, o virtualmente, pertenece, no tiene ya nada de cristiano" (Audiencia general, 19.10.1985). Es lenguaje antiguo describir al cristiano como un teóforos, un cristóforos y un pneumatóforos que sabe ver y tratar a los demás cristianos como otros teóforoi, cristóforoi y pneumatóforoi.

Decía Kierkegaard que "llegar a ser cristiano significa llegar a ser contemporáneo de Cristo. En relación con el absoluto no existe, en efecto, más que un solo tiempo: el presente; para quien no es contemporáneo con el absoluto el absoluto no existe. Y como quiera que Cristo es el absoluto, sólo cabe respecto a Él una sola situación: la contemporaneidad"(17).

Como resumen de estas ideas, podemos decir que la participación en la vida intratrinitaria a través de la Humanidad de Cristo con la fuerza del Espíritu Santo, instala a cada cristiano en un universo espiritual, más allá de este tiempo y este espacio. Lo propio de ese universo es la comunión con el Dios Uno y Trino, y como consecuencia, con los bienaventurados del Cielo y las almas del Purgatorio; de un modo más imperfecto con los demás cristianos de la tierra.

Este universo espiritual no es fruto de la fantasía ni de la imaginación sino que está urdido, tramado y conexionado por el Espíritu Santo. Se trata de un universo de persona(s) presente(s) en persona(s).

 Jorge Salinas - Madrid, 1.03.01


1- Heribert Mühlen: El espíritu Santo en la Iglesia, Secretariado Trinitario, Salamanca, 1998, 2ª ed.

2- 1 Ped 1, 6-9.

3- CCE n. 225. Como colorario sigue el Catecismo en este punto: Una de las más bellas ilustraciones de esta actitud se encuentra en la respuesta de santa Juana de Arco a una pregunta capciosa de sus jueces eclesiásticos: "Interrogada si sabía que estaba en gracia de Dios, responde: «si no lo estoy, que Dios me quiera poner en ella; si estoy, que Dios me quiera conservar en ella»".

4- Es importante esta afirmación de un maestro de espíritus bien experimentado:" ¿Ascética? ¿Mística? No me preocupa. Sea lo que fuere, ascética o mística, ¿qué importa?: es merced de Dios. Si tú procuras meditar, el Señor no te negará su asistencia. Fe y hechos de fe: hechos, porque el Señor -lo has comprobado desde el principio, y te lo subrayé a su tiempo- es cada día más exigente. Eso es ya contemplación y es unión; ésta ha de ser la vida de muchos cristianos, cada uno yendo adelante por su propia vía espiritual -son infinitas-, en medio de los afanes del mundo, aunque ni siquiera hayan caído en la cuenta. (Beato Josemaría: Amigos de Dios, n.308).

5- Cf. Const. Gaudium et spes, 38

6- Dios Padre misericordioso, p. 39

7- San Juan Damasceno: De fide orthodoxa, I, 14

8- San Buenaventura: In Sent., I, d. 19, p. I, q. 4.

9- Compendium theologiae, lib2 cap8

10- La misión del Espíritu Santo a Cristo (es decir a su Santísima Humanidad) es tema frecuente en Santo Tomás: contra, missio Spiritus Sancti est ipsa datio sed Spiritus Sanctus datus est Christo, ut dicitur in joan. 3, 34: non ad mensuram dat DeusSspiritum, ergo ad eum fit missio.( I Sententiarum ds15,q5 ,ar1d,ag3).

11- "Al mismo tiempo -y sobre todo- esta vida significa "la consagración en la verdad" (cf. Jn 17, 17), en la cual se revela plenamente la perspectiva de la unión con Dios, de la vida en Dios. Así es como nuestra vida humana "está oculta con Cristo en Dios" de forma sacramental y a la vez real. Al sacramento corresponde la viva realidad de la gracia santificante, que penetra nuestra vida humana mediante la participación en la vida trinitaria de Dios." (Juan Pablo II: Carta Redemptoris Mater, con ocasión del Año Mariano , 22-V-1982, n.3)

12- La participación en la vida trinitaria se realiza a través de la liturgia y, de modo especial, la Eucaristía misterio de comunión con el cuerpo glorificado de Cristo, semilla de inmortalidad.13 En la divinización y sobre todo en los sacramentos la teología oriental atribuye un papel muy particular al Espíritu Santo: por el poder del Espíritu que habita en el hombre la deificación comienza ya en la tierra, la criatura es transfigurada y se inaugura el reino de Dios. (Juan Pablo II: Carta Orientale Lumen, 6).

13- ¿Qué relación hay entre la vida de la persona y su participación en la vida trinitaria? Responde san Agustín: "Nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti"20. Este "corazón inquieto" indica que no hay contradicción entre una y otra finalidad, sino más bien una relación, una coordinación y unidad profunda. Por su misma genealogía, la persona, creada a imagen y semejanza de Dios, participando precisamente en su vida, existe "por sí misma" y se realiza. El contenido de esta realización es la plenitud de vida en Dios, de la que habla Cristo (cf. Jn. 6, 37-40), quien nos ha redimido previamente para introducirnos en ella (cf. Mc. 10, 45).(Juan Pablo II: Carta a las Familias, n.9).

14- Él habló, sin duda alguna, con amplitud y magníficamente en su gran obra sobre La Trinidad y en sus discursos sobre el misterio trinitario, trazando el camino a la teología posterior. Insistió al mismo tiempo en la igualdad y en la distinción de las Personas divinas, ilustrándolas con la doctrina de las relaciones: Dios "es todo lo que tiene, excepto las relaciones, en virtud de las cuales cada persona se refiere a la otra" . Desarrolló la teología sobre el Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, pero "principaliter" del Padre, porque "de toda la divinidad, o mejor, de la deidad el principio es el Padre" ; y Él ha dado al Hijo el espirar al Espíritu Santo , que procede como Amor y por lo tanto no es engendrado . Luego, para responder a los "gárrulos raciocinadores" , propuso la explicación "psicológica", de la Trinidad buscando su imagen en la memoria, en la inteligencia y en el amor del hombre, estudiando con ello al mismo tiempo el más augusto misterio de la fe y la más alta naturaleza del creado, cual es el espíritu humano. (Juan Pablo II: Carta Agustiunum Hipponenesem, n. 3).

15- Al hombre, por lo tanto, no se le entiende si no es en relación a Dios. Agustín ha ilustrado con vena inagotable esta gran verdad cuando estudiaba las relaciones entre el hombre y Dios, y lo ha expuesto en las fórmulas más variadas y eficaces. Él ve al hombre como una tensión hacia Dios. Son célebres estas palabras suyas: "Nos hiciste para Ti y nuestro corazón no descansará hasta reposar en Ti" . Lo ve como capacidad de ser elevado hasta la visión inmediata de Dios: el ser finito que alcanza al Infinito. El hombre, escribe él en su obra sobre La Trinidad, es imagen de Dios, en cuanto es capaz de Dios y puede ser partícipe de Él" . Esta capacidad "impresa inmortalmente en la naturaleza inmortal del alma racional" es la señal de su grandeza suprema: "en cuanto es capaz y puede ser partícipe de la naturaleza suprema, el hombre es una gran naturaleza" . Lo ve también como un ser indigente de Dios, en cuanto necesitado de la felicidad, que no puede encontrar sino en Dios. "La naturaleza humana fue creada en grandeza tan excelsa, que, dado que es mudable, sólo adhiriéndose al bien inmutable, que es el Sumo Dios, puede conseguir la felicidad, y no puede colmar su indigencia sin ser feliz, pero para colmarla no basta nada que no sea Dios" 101(Juan Pablo II: Carta Agustinum Hipponensem, n.2).

16- SANTO TOMAS: I Sent., dist.X, q.1, a.2, 2um

17- S. Kierkegaard, Esercizio del Cristianesimo, in Opere, Firenze 1974, p. 724).