SOBRE LA VERDAD COMPLETA (Jn 16, 13)

 

1. La fe de los discípulos de Jesús en los discursos de despedida

2. La Revelación de Dios en Cristo está incompleta sin el Misterio Pascual

3. El escándalo de la Cruz inesperado para los discípulos

4. El magisterio del Resucitado

5. El magisterio del Espíritu Santo

6. En qué sentido se da un progreso en la fe de la Iglesia

7. Revelación pública, revelaciones privadas y la Parusía del Señor

 

 

 

La fe de los discípulos de Jesús en los discursos de despedida

 

La expresión “peregrinación de la fe” aparece en diversos documentos de Juan Pablo II. Con ella se sugiere que el don de la fe es concedido por Dios de un modo gradual, dentro de un despliegue de tiempo y circunstancias. Y esto no sólo a las personas singulares, sino a  colectividades enteras como lo fue el pueblo de la primera Alianza y posteriormente la  Iglesia. Quizá Abraham sea el prototipo de “itinerante de la fe” porque su vida transcurrió en medio de grandes desplazamientos de lugar y con cambios determinantes de ocupación siempre al compás de nuevas requisitorias divinas. Dios no le reveló de una vez por todas lo que quería de él, sino que le mostró gradualmente una secuencia de etapas condicionando –por decirlo de algún modo- la revelación (mandato y promesas) de cada etapa a la obediencia de Abraham en la etapa anterior. La peregrinación en la fe va siempre precedida y acompañada por una peregrinación de respuestas, por una especie de “peregrinación en la obediencia de la fe”.

 

El capítulo 11 de Hebreos pone ante la comunidad hebrea destinataria de la Carta una “nube de testigos que nos envuelven”. Los ejemplos de fe citados por el autor son verdaderos itinerantes de la fe, que “creyendo contra toda esperanza” antepusieron todo (incluso la vida terrena) a la iniciativa divina. Sin embargo “aunque todos recibieron alabanza por su fe, no obtuvieron sin embargo la promesa”(v. 39). Sus itinerarios de la fe no quedaron por ello truncados. En su caminar terreno recorrieron parcialmente un camino que conduce a Cristo. Los frutos de esa heroica obediencia de la fe de los justos del Antiguo Testamento los reciben los cristianos de la primera hora. También se da un enriquecimiento de los justos del AT desde la Iglesia: “Dios había dispuesto providentemente algo mejor en favor nuestro, de forma que ellos no llegarán a la perfección sin nosotros” (v. 40).  Una vez situados en la Nueva Alianza no considera el autor, sin embargo, concluida la peregrinación de la fe. Estamos en una nueva etapa en la que la fe tiene que sufrir nuevas pruebas, madurar, crecer, en cada cristiano y en la comunidad entera; por ello, sigue siendo un itinerario, una peregrinación: “Por consiguiente, también nosotros, que estamos rodeados de una nube tan grande de testigos, sacudámonos todo lastre y el pecado que nos asedia, y continuemos corriendo con perseverancia la carrera emprendida” (Hb 12, 1).

 

La misma Carta nos da una clave para  entender más la naturaleza de esa peregrinación que tiene un punto de arranque y una meta que nos transciende totalmente. Dios no quiere para los hombres un deambular indefinido ni en sus vidas individuales ni en el conjunto de la familia humana. Por atractiva que pueda aparecer la idea de un laberinto inacabable (idea presente en manifestaciones literarias de nuestra época) no deja de ser una seducción perversa. Dios tiene un proyecto para el hombre que se llama Cristo y todo está conspirado de un modo no controlado por nosotros para que todo hombre se encuentre movido por Alguien a buscar a Alguien. Con la certeza cristiana, el principio y la meta de esa peregrinación, ha dejado de ser enigmática. El lema es sencillo: “fijos los ojos en Jesús, iniciador y consumador de la fe” (Hb 12, 2). El Espíritu Santo inicia en cada conciencia ese itinerario y apoyándose en la respuesta libre ayuda a proseguirlo. El conductor inmediato de ese recorrido es el Espíritu quien “no habla de sí” sino sólo de Cristo “de quien ha recibido todo”. Sin embargo, no decimos que sea el Paráclito el “autor y el consumador de la fe”. El autor de la de la fe es Cristo mismo, quien actúa “mediante” su  Espíritu. El “consumador de la fe” es Cristo mismo contemplado en la “gloria del Padre”,  aunque el “explicador” de esa Palabra completa sea el Espíritu.

 

Los discípulos del Señor aparecen en los Evangelios como moviéndose en las primeras etapas de la “peregrinación de la fe”. En los Sinópticos destaca como una primera cima la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,18), fórmula que encierra de un modo completo la identificación personal de Jesús frente a otras fórmulas insuficientes. Sin embargo, casi a renglón seguido, queda patente la total oscuridad del apóstol frente al núcleo del misterio totalmente desplegado de Cristo: Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y padecer mucho de parte de los ancianos, de los príncipes de los sacerdotes y de los escribas, y ser muerto y resucitar al tercer día.  Pedro, tomándolo aparte, se puso a reprenderle diciendo: Lejos de ti, Señor; de ningún modo te ocurrirá eso. Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Apártate de mí, Satanás! Eres escándalo para mí, pues no sientes las cosas de Dios sino las de los hombres.(Mt 16, 21-23). Marcos presenta esa misma incapacidad en los apóstoles testigos de la transfiguración del Señor: Mientras bajaban del monte les ordenó que a nadie contasen lo que habían visto, hasta que el Hijo del Hombre resucitara de entre los muertos. Ellos retuvieron estas palabras, discutiendo entre sí qué era lo de resucitar de entre los muertos (Mc 9, 10-11).

 

Se puede afirmar que una de las intenciones más claras en la teología narrativa de los Sinópticos es la de mostrar cuán lejos estaban los discípulos del Señor de sospechar el curso completo del drama glorioso de Cristo. Resulta patente en la secuencia narrativa de los hechos que el sentido nuclear de la Escritura no había sido entendido por los propios discípulos y por ello estaban incapacitados para entender nociones clave como Reino, Rey, Ungido. El contraste entre las expectativas prepascuales y la experiencia pascual está fuertemente subrayado en todo el texto sagrado. El reproche de Jesús a los discípulos

de Emaús vale para todos: ¡Oh necios y tardos de corazón para creer todo lo que anunciaron los profetas! ¿No era preciso que el Cristo padeciera estas cosas y así entrara en su gloria? (Lc 24, 25-26).

 

Es más, puede afirmarse que la conversión o el rechazo del Evangelio por parte del pueblo judío radica en este punto: entender con la luz del Espíritu todo lo que la Escritura dice del Mesías o no entenderlo, creerlo realizado por la predicación apostólica o no creerlo. Hay una generación entera judeo-cristiana que argumenta con sus hermanos de raza en la sinagoga con textos sagrados en la mano. La incredulidad de la mayoría de los judíos ante esta palabra apostólica la describe así Pablo: Sus inteligencias se embotaron. En efecto, hasta el día de hoy perdura en la lectura del Antiguo Testamento ese mismo velo, sin descorrerlo, porque sólo en Cristo desaparece; verdaderamente, hasta hoy, siempre que se lee a Moisés, está puesto un velo sobre sus corazones; pero cuando se conviertan al Señor, será quitado el velo. (2 Co 3, 13-16). Este embotamiento conecta con un embotamiento previo: Los habitantes de Jerusalén y sus jefes le ignoraron (a Cristo) y, al condenarle, cumplieron las palabras de los profetas que se leen cada sábado. (Hechos, 13, 27).

 

Los discípulos del Señor antes de su Pasión se encontraban en una fase muy imperfecta en su “peregrinación de la fe”. El mismo Jesús les dice durante la última cena: Todavía tengo que deciros muchas cosas, pero no podéis sobrellevarlas ahora. Cuando venga Aquél, el  Espíritu de la verdad, os guiará hacia la verdad completa, pues no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir. (Jn 16, 12-13). Sólo después, con la luz pentecostal, son capaces de recordar al menos 14 ocasiones en las que Jesús preanunció su destino pactado con el Padre.               

 

 

2. La Revelación de Dios en Cristo está incompleta sin el Misterio Pascual

 

El “itinerario de la fe” de los discípulos de Jesús no sólo está incompleto en su recorrido sino que necesitará modificaciones muy profundas en su trazado. Como siempre será el Señor, autor y consumador de la fe, quien se haga entender mediante la mediación de su Espíritu. Además  del testimonio de los Sinópticos, Juan también sitúa antes de la muerte de Cristo una confesión de fe por boca de Marta que expresa la verdad completa acerca de la divinidad de Cristo:  Sí, Señor, yo he creído que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido a este mundo. (Jn 11, 27).  Conocían en la oscuridad de una fe incipiente su origen divino pero no alcanzaban a vislumbrar la verdadera naturaleza de su misión. Si Jesús les dice en la última cena que el Espíritu les conducirá “hacia la verdad completa” debemos preguntarnos ¿qué falta en la verdad ya conocida por los discípulos?  H. von Baltasar dice en este punto: “La Palabra encarnada de Dios sólo se puede explicar en su totalidad (“la verdad completa”) cuando se dice hasta el final: en su muerte y en su resurrección”[1].

 

Antes de la Pascua no había Dios pronunciado su Palabra hecha carne en toda su totalidad. Sabemos, ciertamente, que la Palabra es dicha por el Padre en la eternidad al margen de la creación del mundo. No existe el tiempo en la generación eterna del Verbo; pero cuando nos referimos a la Palabra hecha carne, entonces sí que existe el tiempo y la historia.

Con la Encarnación la eternidad entró en el tiempo (cfr. Novo millennio adveniente) y la Palabra es dicha por el Padre en un modo extendido en el tiempo humano. Me parece genial la intuición de San Juan de la Cruz cuando habla de un balbuceo preliminar, de una dicción completa y de un silencio posterior en el proceso histórico de la Revelación divina: “Porque en darnos, como nos dio, a su Hijo -que es una Palabra suya, que no tiene otra-, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra, y no tiene más que hablar”.[2]

             

La obra de Cristo, en cumplimiento de la misión del Padre, no estaba completa en el momento del discurso de despedida narrado por Juan; faltaba lo más importante, el mysterium crucis y el mysterium gloriae.  Las palabras de Jesús “muchas otras cosas tengo aún que deciros” (Jn 16, 12) indican un futuro inimaginable para los discípulos. Podríamos distinguir, al menos, tres niveles de sentido:

 

a) el Señor podría referirse a sus enseñanzas orales, que van a ser interrumpidas bruscamente con el prendimiento en Gethsemaní. En ese nivel de locución verbal, el Señor dijo lo más importante en el “espacio de cuarenta días” que median entre su Resurrección  su Ascensión a los cielos durante los cuales se presentó vivo a sus discípulos “hablándoles de las cosas referentes al Reino de Dios” (Hechos, 1, 3).  Podría Jesús referirse a esos cuarenta días, entonces futuros, en los cuales cumpliría el anuncio de “muchas otras cosas tengo aún que deciros”.

 

b) Jesús podría referirse a un lenguaje que excede a la locución verbal y que abarca la totalidad de la persona en su comportamiento. La Pasión y la Muerte de Cristo es una especie de “superlenguaje silencioso” [3] en el que está dicha la oblación redentora de Cristo y su consiguiente entrada en la gloria. El Misterio Pascual de Cristo no es un corolario a su paso por la tierra sino más bien la culminación y lo que da sentido pleno a la Encarnación del Verbo. Desde esta perspectiva al Señor no le faltaban simplemente “otras cosas que decir”, sino que le faltaba “decir lo esencial”, usando palabras de Juan Pablo II, “el contenido central del Evangelio que es la palabra de la cruz , el escándalo de la cruz” [4].  Lo que faltaba para “la verdad completa” era la muerte y resurrección de Cristo que todavía no había acontecido cuando Jesús dijo esas palabras. “Sólo Jesús es el Evento de Dios par el hombre. No de palabra, predicándonos un Evangelio maravilloso, sino bebiendo el cáliz de nuestra muerte. No haciéndonos el bien a distancia, para volvernos aún más irresponsables, sino ofreciéndonos libremente a compartir su vida incorruptible, desde ahora...si aceptamos. Nosotros mismos, entrar en su muerte por amor, la única que destruye nuestra muerte. Jesús vencedor de la muerte con su muerte y que nos da su Vida: he aquí el único Acontecimiento de la historia, su Cruz y su Resurrección. No dos acontecimientos, sino dos momentos del mismo misterio” (Jean Corbon)[5]

 

c) También podría el Señor referirse a su magisterio permanente en el seno de la Iglesia mediante el Espíritu de Verdad : Él me glorificará porque recibirá de lo mío y os lo dará a conocer (Jn 16, 15). Cristo es el Maestro como Cabeza de la Iglesia, de un modo correlativo a como es Sacerdote y Rey.

 

Ninguno de estos posibles sentidos de las palabras de Jesús “muchas otras cosas tengo aún que deciros” es excluyente respecto a los otros dos e, indudablemente, no agotan juntos la intención que el Señor puso en sus palabras.  

 

3. El escándalo de la Cruz inesperado para los discípulos

 

El “escándalo de la cruz” (Ga 5, 11) fue el mayor obstáculo para el pueblo judío frente a Jesús. La misma palabra scándalon significa una piedra puesta en medio del camino, con la cual se tropieza. Para los mismos discípulos de Jesús la Pasón y Muerte de Cristo fue un velo oscuro que anulaba su expectativas humanas. Precísamente en vísperas de su muerte, Jesús previene a sus discípulos ante una prueba que avecina y para la que no están preparados. Será tarea del  Espíritu llevarle a entender a posteriori lo que ahora no podían entender a priori. El Papa señala un sentido cierto en Jn 16, 13:  Este "guiar hasta la verdad completa", con referencia a lo que dice a los apóstoles "pero ahora no podéis con ello", está necesariamente relacionado con el anonadamiento de Cristo por medio de la pasión y muerte de Cruz, que entonces, cuando pronunciaba estas palabras, era inminente.[6] De un modo expreso Jesús pronuncia estas palabras en la Última Cena: “todos os escandalizaréis esta noche por mi causa” (Mt 26, 31; cf Mc 14, 27).

 

Los responsables religiosos de Israel ya habían rechazado a Jesús como el Enviado de   Dios. Una colección de epítetos que descalifican a Jesús aparecen en el transcurso de  los Evangelios: trastornado, endemoniado, blasfemo, comedor y bebedor de vino, amigo de publicanos y pecadores, embaucador, seductor, etc. Jesús demuestra una conciencia serena y sabedora del futuro cuando advierte a los fariseos que están cumpliendo lo dicho en Sal 118, 22: ¿No habéis leído esta Escritura?: La piedra que rechazaron los constructores, ésta ha llegado a ser piedra angular. (Mc 12, 10; cfr. Mt 21, 42; Lc 20, 17).  Los discípulos conocen el horizonte oscuro y amenazador que se cierne sobre el Maestro en su último viaje a Jerusalén, pero el domingo de Ramos supuso un apoyo popular evidente y tal vez imaginaron un cambio de tornas que resolvería los acontecimientos de un modo triunfante para Jesús. ¿Acaso no hay un eco de esas expectativas maravillosas en las palabras del discípulo de Emaús: nosotros esperábamos que él sería quien redimiera a Israel. Pero con todo, es ya el tercer día desde que han pasado estas cosas. (Lc 24, 21).

Sólo Jesús vivió en toda su profundidad el mysterium crucis en el que se sumergió de un modo consciente, voluntario, amoroso. [7] En la Carta  Novo millennio ineunte el Papa aporta una cierta novedad y frescor en la contemplación del  rostro de Cristo doliente que nos lleva “a acercarnos al aspecto más paradójico de su misterio, como se ve en la hora extrema, la hora de la Cruz. Misterio en el misterio, ante el cual el ser humano ha de postrarse en adoración”. Merece la pena releer ese punto de la Carta citada.[8]

Estrechamente unida a Cristo en la Cruz, María vivió su “noche oscura del” alma, madurando en su “peregrinación de la fe”: El será grande... el Señor Dios le dará el trono de David, su padre... reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin" (Lc. 1, 32-33).Y he aquí que, estando junto a la cruz, María es testigo, humanamente hablando, de un completo desmentido de estas palabras. Su Hijo agoniza sobre aquel madero como un condenado. "Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores... despreciable y no le tuvimos en cuenta": casi anonadado (cf. Is. 53, 35). ¡Cuán grande, cuán heroica en esos momentos la obediencia de la fe demostrada por María ante los "insondables designios" de Dios! ¡Cómo se "abandona en Dios" sin reservas, "prestando el homenaje del entendimiento y de la voluntad"39 a aquel, cuyos"caminos son inescrutables"! (cf. Rom. 11, 33). Y a la vez ¡cuán poderosa es la acción de la gracia en su alma, cuán penetrante es la influencia del Espíritu Santo, de su luz y de su fuerza![9]

Los Apóstoles abandonan al Señor en su prendimiento, dominados por el miedo: entonces todos los discípulos, abandonándole, huyeron. (Mt 26, 56).[10] Las santas mujeres, movidas por el amor a Jesús, perseveraron en su compañía  durante las horas de la agonía y allí estará también Juan junto a María. Fueron mujeres las primeras que acudieron al sepulcro para terminar de embalsamar el cuerpo del Señor. Nicodemo y José de Arimatea dieron muestra de valentía y de lealtad pública ante Jesús depreciado. En aquellas horas de eclipse total para la fe incompleta de lo discípulos destaca la fe del buen ladrón (Lc 23,42) y la confesión del centurión romano cuando Jesús expira (Mt 27, 54).

El estado de aturdimiento y de postración en que quedaron los discípulos de Jesús perduró durante varios días, incluso después de la resurrección de Cristo.     

 

4. El magisterio del Resucitado

Los discípulos tuvieron que ser conducidos por Cristo resucitado Spiritu Sancto cooperante a una comprensión de lo ocurrido mediante una especie de retroiluminación de toda la experiencia anterior. Los discípulos tuvieron que revisionarlo todo desde el bautismo del Señor en el Jordán hasta su muerte en la cruz. Todo debió ser, en sus memorias y en sus inteligencias, como un “replay” extraordinario en el cual las escenas no se repetían  del mismo modo sino profundamente modificadas en su colorido, en sus dimensiones y en su secuencia. Los cuatro Cantos del Siervo de Yahvé (junto con otros pasajes de la Escritura) alcanzaron una transparencia desconocida hasta entonces. Los discípulos de Emaús vivieron esa experiencia durante el viaje, cuando Jesús  comenzando por Moisés y por todos los Profetas les interpretaba en todas las Escrituras lo que se refería a él. (Lc 24, 27). Aquel mismo día se volvió a dar a misma situación, pero esta vez con todos los apóstoles: Esto es lo que os decía cuando aún estaba con vosotros: es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés y en los Profetas y en los Salmos acerca de mí. Entonces les abrió el entendimiento para que comprendiesen las Escrituras. (Lc 24, 44-45).

El análisis de los relatos pospascuales indican, además, entre otros datos, los siguientes:

a) No hay una simultaneidad en el “itinerario de la fe” para todos los discípulos. Por ejemplo, las santas mujeres preceden a los apóstoles, van más deprisa. Entre los apóstoles, Tomás es más rezagado que sus compañeros, al menos en la primera semana desde la Resurrección de Cristo. En algunos momentos Juan se adelanta a Pedro (en el sepulcro, a orillas del mar de Galilea). Muy destacada respecten al resto de la comunidad cristiana va siempre María.  El Papa señala ese carácter de adelantada que siempre tuvo María: La madre de Cristo, que estuvo presente en el comienzo del "tiempo de la Iglesia", cuando a la espera del Espíritu Santo rezaba asiduamente con los apóstoles y los discípulos de su Hijo, "precede" constantemente a la Iglesia en este camino suyo a través de la historia de la humanidad.[11]     

b) La “peregrinación de la fe” sólo termina con la visión beatífica. Durante las experiencias pascuales, los discípulos necesitaron también de la fe. Las apariciones del Resucitado no son todavía visión beatífica. Me parece de enorme importancia un punto del Catecismo de la Iglesia Católica sobre el estado de la humanidad resucitada de Cristo.

Jesús resucitado establece con sus discípulos relaciones directas mediante el tacto (cf. Lc 24, 39; Jn 20, 27)  y el compartir  la comida (cf. Lc 24, 30. 41-43; Jn 21, 9. 13-15). Les invita así a reconocer que él no es un espíritu (cf. Lc 24, 39) pero sobre todo a que comprueben que el cuerpo resucitado con el que se presenta ante ellos es el mismo que ha sido martirizado y crucificado ya que sigue llevando las huellas de su pasión (cf Lc 24, 40; Jn 20, 20. 27). Este cuerpo auténtico y real posee sin embargo al mismo tiempo las propiedades nuevas de un cuerpo glorioso: no está situado en el espacio ni en el tiempo, pero puede hacerse presente a su voluntad donde quiere y cuando quiere (cf. Mt 28, 9. 16-17; Lc 24, 15. 36; Jn 20, 14. 19. 26; 21, 4) porque su humanidad ya no puede ser retenida en la tierra y no pertenece ya más que al dominio divino del Padre (cf. Jn 20, 17). Por esta razón también Jesús resucitado es soberanamente libre de aparecer como quiere: bajo la apariencia de un jardinero (cf. Jn 20, 14-15) o "bajo otra figura" (Mc 16, 12) distinta de la que les era familiar a los discípulos, y eso para suscitar su fe (cf. Jn 20, 14. 16; 21, 4. 7).[12]

La razón que aporta el Catecismo merece ser considerada con más detalle: y eso para suscitar su fe. Los pasajes aducidos reflejan, en efecto, momentos en los cuales la  apariencia bajo la cual se muestra el Resucitado a los discípulos no coincide al 100% con la memoria que ellos tenían de ese rostro y de ese cuerpo. Es como si el Señor no quisiera ofrecerles una evidencia que se impusiera de tal modo a la naturaleza que le fuera imposible resistir. Dejó, por decirlo sí, un margen de inevidencia en el cual tuvieron que apoyarse en la Palabra y no en los sentidos. Aunque fueron etapas gozosas las apariciones del Resucitado seguían siendo etapas de “la peregrinación de la fe”. Jean Corbon señala a este  respecto: “Por esto, no se aparecerá (Jesús) a sus discípulos como si  fuera un desaparecido que realiza apariciones, sino que, según la claridad del lenguaje evangélico, se dejará ver por ellos. Él no cambiará de forma, él es: son ellos quienes, según la medida de su fe, lo reconocerán”.[13]

Este hecho está sobrentendido en unas palabras del Papa: el misterio de Cristo en su globalidad exige la fe, ya que ésta introduce oportunamente al hombre en la realidad del misterio revelado. El "guiar hasta la verdad completa" se realiza, pues, en la fe y mediante la fe, lo cual es obra del Espíritu de la verdad y fruto de su acción en el hombre. El Espíritu Santo debe ser en esto la guía suprema del hombre y la luz del Espíritu humano. Esto sirve para los apóstoles, testigos oculares, que deben llevar ya a todos los hombres el anuncio de lo que Cristo "hizo y enseñó" y, especialmente, el anuncio de su cruz y de su resurrección.[14]   LA

El “guiar hasta la verdad completa” se realiza en la fe y mediante la fe. Para la gran mayoría del pueblo judío la verdad permaneció incompleta; más bien, truncada. El Resucitado no se dejó ver por todos, no se manifestó a todo el pueblo, sino a testigos elegidos de antemano por Dios, a nosotros, que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre los muertos (Hechos, 10, 41). Para una mayoría del pueblo judío la muerte de Jesús en un madero fue la prueba de ser un “maldito de Dios” y la Resurrección predicada por los discípulos un robo fraudulento de su cadáver. Y así hasta nuestros días, como escribe Mateo. Sin la fe sólo se alcanza a ver en la muerte de Jesús la “muerte injusta de un hombre justo”. El Islam, que acepta sin vacilar la concepción virginal de Jesús encuentra su principal piedra de escándalo en su muerte[15]. Las demás religiones suelen estimar las enseñanzas morales de Jesús pero están lejos del núcleo. Sigue dándose por parte del Resucitado y Rey del universo un humilde ocultamiento en este mundo que durará hasta la Parusía.[16]

En una reciente homilía decía el Santo Padre: El mundo moderno, incluso cuando se muestra sensible a la dimensión religiosa y parece redescubrirla, acepta a lo sumo la imagen de Dios creador, mientras que le resulta difícil aceptar -como sucedió con los oyentes de san Pablo en el areópago de Atenas (cf. Hch 17, 32-34)- el scandalum crucis (cf. 1 Co 1, 23), el "escándalo" de un Dios que por amor entra en nuestra historia y se hace hombre, muriendo y resucitando por nosotros.[17]  

 

 

5. El magisterio del Espíritu Santo

 

La Pentecostés señala el comienzo de una etapa nueva en la vida de la comunidad cristiana. Se inicia la era de la Iglesia anunciada por Jesús: Cuando venga Aquél, el Espíritu de la verdad, os guiará hacia la verdad completa, pues no hablará por sí mismo, sino que dirá todo lo que oiga y os anunciará lo que ha de venir.[18] El Maestro ya no se deja ver sensiblemente; se ha producido el relevo prometido con la presencia actuante del “otro Paráclito”. Jesús en la última Cena  les había dicho: Os conviene que yo me vaya os conviene que me vaya, pues si no me voy, el Paráclito no vendrá a vosotros. En cambio, si yo me voy os lo enviaré.[19] ¿Qué misteriosa “incompatibilidad” podría darse entre Cristo y el Espíritu Santo que hiciera necesaria la ausencia del primero para que viniera el segundo? Os conviene que yo me vaya...No es ausencia de Cristo lo que hace posible la presencia del Espíritu Santo. El yo me vaya se refiere a su muerte gloriosa, a su entrada en la gloria expirando en la Cruz. El Espíritu Santo, que es coeterno con el Hijo, necesitaba del sacrificio de Cristo para ser derramado de un modo nuevo sobre toda carne (Hechos 2, 17: R 5, 5). El Espíritu de Pentecostés es “fruto de la Cruz”[20] y en este sentido es consiguiente a Cristo; pero sabemos que también el sacrificio del Calvario fue consiguiente al Espíritu; que Cristo por el Espíritu Eterno se ofreció a sí mismo inmaculado a Dios (Hb 9, 14). La entrada del Redentor en su gloria hizo posible la donación generalizada del Don increado a todo el pueblo, a toda la Iglesia. Es Juan quien explica: todavía no había sido dado el Espíritu, ya que Jesús aún no había sido glorificado. (Jn 7, 39). El nexo causal entre el “irse” de Cristo y el “venir” del Espíritu de ningún modo puede entenderse como un reparto de tareas entre las dos divinas Personas como si fuera incompatible el protagonismo de uno y otro; por el contrario, la misión del Hijo y del Espíritu es una doble misión conjunta, mutuamente implicada[21]. El Señor Jesús, después de su Ascensión y de su Entronización a la derecha del Padre, deja de ser captado por los sentidos de sus discípulos, es substraído a la percepción común que tenemos de los seres corpóreos de este tiempo y este espacio, pero sigue entre nosotros de un modo nuevo, en el Espíritu. De ahí la paradoja de su despedida el día de la Ascensión: sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 10). Y sigue como Maestro cuya palabra es recordada, mantenida, explicada, desarrollada...por el Espíritu de Verdad en el corazón de los fieles y en la Iglesia a través de los ministerios y los carismas. El Espíritu Santo que el Padre enviará en mi nombre, El os enseñará todo y os recordará todas las cosas que os he dicho[22]. Tomás de Aquino dice que “la verdad entera”, que se refiere a la fe, “será enseñada por el Espíritu mediante cierta elevada inteligencia en esta vida y llevada a su plenitud en la vida eterna”. [23]

El magisterio del Resucitado durante los cuarenta días en que “se dejó ver” por los discípulos[24] continuó después de Pentecostés en un magisterio, también de Cristo, pero más descaradamente protagonizado por el Pneuma.[25] La Iglesia naciente es plenamente consciente de ello y se percata de que habla, “no corporalmente, sino iluminando la mente desde dentro”.[26]     

Al Espíritu Santo se le llama memoria de la Iglesia[27] porque recuerda a los discípulos lo que dijo el Señor y lo explica con nueva hondura, teniendo en cuenta las circunstancias que históricamente vive la comunidad. No está aquí, sino que ha resucitado; recordad cómo os habló cuando aún estaba en Galilea diciendo que convenía que el Hijo del Hombre fuera entregado en manos de hombres pecadores, y fuera crucificado y resucitase al tercer día. Entonces ellas se acordaron de sus palabras. (Lc 24, 6-7).  En otra ocasión: Cuando resucitó de entre los muertos, recordaron sus discípulos que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había pronunciado Jesús. (Jn 2, 22). También leemos: Pero él hablaba del Templo de su cuerpo. Cuando resucitó de entre los muertos, recordaron sus discípulos que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había pronunciado Jesús. (Jn 2, 21-22).

Una experiencia nueva para la comunidad cristiana de Jerusalén fue comprobar que colectivamente se reproducía en ellos el destino de Jesús. Ya le había avisado el Maestro:  No es el discípulo más que su maestro, ni el siervo más que su señor.  Le basta al discípulo llegar a ser como su maestro, y al siervo como su señor. Si al amo de la casa le han llamado Beelzebul, cuánto más a los de su casa. (Mt 10, 24-25). Los sufrimientos de la comunidad cristiana refleja los mismos rasgos de Jesús muerto y resucitado, experimentan en sus personas el misterio de la Cruz y el gozo de la Pascua. Sufrieron una persecución violenta por parte de las autoridades judías; conocieron el martirio como forma máxima de identificación con Cristo. Por tres veces relata Pablo el reproche que le dirige Jesús cuando se le aparece camino de Damasco: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?[28] Jesús se identifica con sus discípulos que sufren persecución: la Iglesia perseguida es Cristo en la Cruz. 

En una hermosa síntesis el Catecismo de la Iglesia Católica describe la bienaventuranzas como fruto de una identificación entre los fieles y Cristo: Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los santos.[29]

La comunidad cristiana de Jerusalén fue para sus hermanos judíos el mismo scandalum crucis originado en el Gólgota y aprendieron a apurar el cáliz del Señor. Al igual que Jesús, llevado fuera de las murallas de Jerusalén para ser crucificado, también el autor de la Carta a los Hebreos exhorta a sus hermanos a seguir su ejemplo: salgamos por tanto hacia él, fuera del campamento, cargados con su oprobio (Hb 13, 13).[30] La “verdad completa” de la que habló Jesús fue captada ya en la primera generación de cristianos; el Espíritu de Verdad los fue conduciendo en una comprensión progresiva de todo el Misterio de Cristo que se da en la Cabeza y en los miembros de su Cuerpo.

Pablo habla expresamente del misterio pascual de la Cruz:  En cuanto a mí, hermanos, si predico aún la circuncisión, ¿por qué soy perseguido todavía? Entonces habría desaparecido el escándalo de la cruz. (Ga 5, 11).  No rehuye el Apóstol el escándalo de la Cruz; antes bien, proclama: nosotros en cambio predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles; mas para los llamados, judíos y griegos, predicamos a Cristo, fuerza de Dios y sabiduría de Dios. (1 Co 1, 23-24). Y añade: nosotros en cambio predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles (1 Co 1, 23). Especial énfasis pone Pablo en la eficacia del verbum crucis divinamente superior a la sabiduría humana: Porque el mensaje de la cruz es necedad para los que se pierden, pero para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios. (1 Co 1, 18).

El Espíritu Santo en su “conducir hasta la verdad completa” va incluyendo gradualmente nuevos aspectos de esa “verdad completa”. La Iglesia entera, como misterio de comunión en Cristo, está inmersa en su Misterio Pascual. 

 

6. En qué sentido se da un progreso en la fe de la Iglesia

 

 

No se debe pensar que la “verdad completa” ya ha sido alcanzada en algún momento por el conjunto de la Iglesia y de todos sus fieles; me refiero, naturalmente, a la Iglesia que peregrina en este mundo. Es cierto que la Revelación pública terminó con el final de la era apostólica, pero la comprensión del depositum fidei forma parte de esa “peregrinación de la fe” que sólo termina en el Cielo. El Espíritu es, pues, prometido a la Iglesia y a cada fiel como un Maestro interior que, en la intimidad de la conciencia y del corazón, hace comprender lo que se había entendido pero que no se había sido capaz de captar plenamente. «El Espíritu Santo El Espíritu es, pues, prometido a la Iglesia y a cada fiel como un Maestro interior desde ahora instruye a los fieles -decía a este respecto san Agustín- según la capacidad espiritual de cada uno. Y él enciende en sus corazones un deseo más vivo en la medida en la que cada uno progresa en esta caridad que le hace amar lo que ya conocía y desear lo que todavía no conocía». [31]

 

En la Iglesia hay un verdadero progreso en la “peregrinación de la fe” que se da en la variedad de los santos, en el magisterio de los pastores legítimos, en la reflexión teológica de los estudiosos, en la oración de los contemplativos...Siempre es el Espíritu Santo quien conduce ese progreso hacia la “verdad completa”. No se trata de un progreso a través de una elaboración intelectual abstracta como pueda darse en las ciencias matemáticas; se trata de un don ofrecido permanente por Cristo Maestro y por el Espíritu de Verdad, que suele acaecer en lo más profundo de las almas, porque “si la teología no es oración, no procede de la oración y a ella conduce, no sirve para nada”[32]. 

 

La Sagrada Escritura está fijada por escrito pero es leída continuamente en la Iglesia  a la luz del mismo Espíritu con que fue escrita. Hay que reafirmar una vez más que el cristianismo no es una “religión del libro”. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica,  la fe cristiana no es una "religión del Libro". El cristianismo es la religión de la "Palabra" de Dios, "no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo encarnado y vivo" (S. Bernardo, hom. miss. 4,11). Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las mismas (cf. Lc 24,45).[33] La gran Tradición de la Iglesia es guiada por el Espíritu Santo y por ello es algo vivo. La Constitución conciliar Dei Verbum lo formuló expresamente:  Esta Tradición, que deriva de los Apóstoles, progresa en la Iglesia con la asistencia del Espíritu Santo: puesto que va creciendo en la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, ya por la contemplación y el estudio de los creyentes, que las meditan en su corazón y, ya por la percepción íntima que experimentan de las cosas espirituales, ya por el anuncio de aquellos que con la sucesión del episcopado recibieron el carisma cierto de la verdad. Es decir, la Iglesia, en el decurso de los siglos, tiende constantemente a la plenitud de la verdad divina, hasta que en ella se cumplan las palabras de Dios.[34]

 

Este progreso (de progredire, caminar paso a paso) no siempre se traduce en un aumento exterior y visible de aspectos cuantificables de la vida de la Iglesia. En muchos momentos históricos se han dado, simultáneamente, aparentes retrocesos de la Iglesia (descristianización de costumbres, neopaganismo, apostasía de masas) y momentos de crecimiento interno en muchas conciencias cristianas. Acudiendo a un símil geográfico: en determinadas situaciones de la Iglesia pueden haber nieve en las cumbres y, al mismo tiempo, sequía  en los valles y en las planicies. Sabemos que las zonas castigadas por la falta de riego recibirán el agua con el deshielo de la primavera.

 

La Iglesia, asistida por el Espíritu Santo que la guía hasta la verdad completa (cf. Jn 16, 13), no ha dejado, ni puede dejar nunca de escrutar el «misterio del Verbo encarnado», pues sólo en él «se esclarece el misterio del hombre». [35] La palabra “escrutar” pertenece al castellano más clásico y, sin embargo, su uso ha quedado prácticamente reducido a un  sentido sagrado: escrutar las Escrituras, escrutar el Misterio. Esa búsqueda, no siempre sistemática, que sugiere el Espíritu Santo en el corazón y en la inteligencia de lo hombres descubre aquí y allá nuevas conexiones entre aspectos distintos de una totalidad inabarcable en un solo golpe de vista. Nunca llegamos, en esta “peregrinación de la fe” a agotar el Misterio de Cristo a cuya luz se entienden todas las realidades creadas. Ya decía en Místico Doctor: Por más misterios y maravillas que han descubierto los santos doctores y entendido las santas almas en este estado de vida, les quedó todo lo más por decir y aun por entender, y así hay mucho que ahondar en Cristo, porque es como una abundante mina con muchos senos de tesoros, que, por más que ahonden, nunca les hallan fin ni término, antes van hallando en cada seno nuevas venas de nuevas riquezas acá y allá.[36]  

 

7. Revelación pública, revelaciones privadas y la Parusía del Señor

 

Hay sólo un límite en ese progreso de la inteligencia de la fe en el Misterio de Cristo; hay un marco, que es la Revelación pública guardada en la Iglesia: "La economía cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca cesará y no hay que esperar ya ninguna revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (DV 4). Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos.[37]

 

¿Qué decir de las “revelaciones privadas” a fieles particulares de la Iglesia? La respuesta nos la da la misma Iglesia: A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas "privadas", algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su función no es la de "mejorar" o "completar" la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia.[38] La “verdad completa” a la que conduce el Espíritu Santo está comprendida en la Palabra que es Cristo; no cabe buscar en otros sitios algo que “complete” la Verdad que es Cristo.[39] Así lo dice el Catecismo de la Iglesia Católica: La fe cristiana no puede aceptar "revelaciones" que pretenden superar o corregir la Revelación de la que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas Religiones no cristianas y también de ciertas sectas recientes que se fundan en semejantes "revelaciones".[40]

 

La “peregrinación de la fe” es propia de la Iglesia que camina en este mundo.  Se pueden señalar hitos testigos de ese caminar: el Magisterio vivo de los legítimos pastores, el testimonio de los santos y mártires, la respuesta institucional de la Iglesia ante nuevos requerimientos pastorales; todo ello es siempre un caminar según las Escrituras y en continuidad con la Tradición. Mirando hacia delante, esperamos la plena manifestación de Cristo en su gloria. Para cada uno de nosotros la “peregrinación de la fe” tiene como meta el Cielo donde sobran todas las pobres conceptualizaciones humanas. Para el conjunto de la Iglesia, que es la columna y fundamento de la Verdad[41] en este mundo, la expectativa es la Parusía de Cristo. El Concilio Vaticano II señalaba ese horizonte con estas palabras: Unidos, pues, a Cristo en la Iglesia y sellados con el sello del Espíritu Santo, "que es prenda de nuestra herencia" (Ef. 1,14), somos llamados hijos de Dios y lo somos de verdad (cf. 1 Jn. 3,1); pero todavía no hemos sido manifestados con Cristo en aquella gloria (cf. Col. 3,4), en la que seremos semejantes a Dios, porque lo veremos tal cual es (cf. 1 Jn. 3,2). Por tanto, "mientras habitamos en este cuerpo, vivimos en el destierro lejos del Señor" (2 Cor. 5,6), y aunque poseemos las primicias del Espíritu, gemimos en nuestro interior (cf. Rom. 8,23) y ansiamos estar con Cristo (cf. Flp. 1,23). Ese mismo amor nos apremia a vivir más y más para Aquel que murió y resucitó por nosotros (cf. 2 Cor. 5,15). Por eso ponemos toda nuestra voluntad en agradar al Señor en todo (cf. 2 Cor. 5,9), y nos revestimos de la armadura de Dios para permanecer firmes contra las asechanzas del demonio y poder resistir en el día malo (cf. Ef. 6,11-13)[42]. 

 

María precedió a todo el Pueblo de Dios en la “peregrinación de la fe”. Desde la Gloria nos protege y nos guía como Sedes Sapientiae, Asiento de la Sabiduría.

 

 

Madrid, 16.01.02

 

Jorge Salinas Alonso

jsalinas@cece.es

 

 

 

 

 

    

 

 

 

 

 

 

 

 



[1] Urs von Baltasar: Teológica,Ediciones Encuentro, 1998, vol. 3, p. 74

[2] El texto del Místico Doctor sigue así: “Y éste es el sentido de aquella autoridad, con que san Pablo quiere inducir a los hebreos a que se aparten de aquellos modos primeros y tratos con Dios de la ley de Moisés, y pongan los ojos en Cristo solamente, diciendo: Lo que antiguamente habló Dios en los profetas a nuestros padres de muchos modos y maneras, ahora a la postre, en estos días, nos lo ha hablado en el Hijo todo de una vez.

               En lo cual da a entender el Apóstol, que Dios ha quedado ya como mudo, y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en él todo, dándonos el todo, que es su Hijo.

               Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra cosa o novedad. Porque le podría responder Dios de esta manera: "Si te tengo ya hablado todas las cosas en mi Palabra, que es mi Hijo, y no tengo otra cosa que te pueda revelar o responder que sea más que eso, pon los ojos sólo en él; porque en él te lo tengo puesto todo y dicho y revelado, y hallarás en él aún más de lo que pides y deseas.”

 (TIEMPO DE ADVIENTO, Segunda Semana, Lunes:)

 

[3] véase esta expresión en  H.U. VON BALTASAR, Teológica,Ediciones Encuentro, 1998, vol. 3, pp. 358-359.

[4] Juan Pablo II: Carta PATRES ECCLESIAE en el XVI centenario de la muerte de san Basilio - 2/1/1980 . Parte III

[5] Jean Corbon: Liturgia Fundamental, Ed. Palabra, Madrid, 2001 pp. 52-53

[6] Juan Pablo II: Carta Encíclica Dominum et Vivificantem, 6

[7] “Que el Dios vivo cree de la nada es admirable, pero no asombroso; cabe. Que el Verbo se encarne por la sinergia del Espíritu Santo  y de la Virgen María es infinitamente más admirable y asombroso, si bien la Energía del Espíritu no puede ser más que virginal. Pero que el Verbo de vida se ofrezca a la muerte voluntariamente, sin resistencia, esto es lo escandaloso; y sobre todo, que con su muerte destruya la muerte, ¡esta es la locura por excelencia! (Jean Corbon, o.c., pp. 54-55)

[8] Pasa ante nuestra mirada la intensidad de la escena de la agonía en el huerto de los Olivos. Jesús, abrumado por la previsión de la prueba que le espera, solo ante Dios, lo invoca con su habitual y tierna expresión de confianza: « ¡Abbá, Padre! ». Le pide que aleje de él, si es posible, la copa del sufrimiento (cf. Mc 14,36). Pero el Padre parece que no quiere escuchar la voz del Hijo. Para devolver al hombre el rostro del Padre, Jesús debió no sólo asumir el rostro del hombre, sino cargarse incluso del « rostro » del pecado. « Quien no conoció pecado, se hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él » (2 Co 5,21).

Nunca acabaremos de conocer la profundidad de este misterio. Es toda la aspereza de esta paradoja la que emerge en el grito de dolor, aparentemente desesperado, que Jesús da en la cruz: « "Eloí, Eloí, ¿lema sabactaní?" —que quiere decir— "¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?" » (Mc 15,34). ¿Es posible imaginar un sufrimiento mayor, una oscuridad más densa? En realidad, el angustioso « por qué » dirigido al Padre con las palabras iniciales del Salmo 22, aun conservando todo el realismo de un dolor indecible, se ilumina con el sentido de toda la oración en la que el Salmista presenta unidos, en un conjunto conmovedor de sentimientos, el sufrimiento y la confianza. En efecto, continúa el Salmo: « En ti esperaron nuestros padres, esperaron y tú los liberaste... ¡No andes lejos de mí, que la angustia está cerca, no hay para mí socorro! » (2221, 5.12).

26. El grito de Jesús en la cruz, queridos hermanos y hermanas, no delata la angustia de un desesperado, sino la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre en el amor para la salvación de todos. Mientras se identifica con nuestro pecado, « abandonado » por el Padre, él se « abandona » en las manos del Padre. Fija sus ojos en el Padre. Precisamente por el conocimiento y la experiencia que sólo él tiene de Dios, incluso en este momento de oscuridad ve límpidamente la gravedad del pecado y sufre por esto. Sólo él, que ve al Padre y lo goza plenamente, valora profundamente qué significa resistir con el pecado a su amor. Antes aun, y mucho más que en el cuerpo, su pasión es sufrimiento atroz del alma. La tradición teológica no ha evitado preguntarse cómo Jesús pudiera vivir a la vez la unión profunda con el Padre, fuente naturalmente de alegría y felicidad, y la agonía hasta el grito de abandono. La copresencia de estas dos dimensiones aparentemente inconciliables está arraigada realmente en la profundidad insondable de la unión hipostática.

27. Ante este misterio, además de la investigación teológica, podemos encontrar una ayuda eficaz en aquel patrimonio que es la « teología vivida » de los Santos. Ellos nos ofrecen unas indicaciones preciosas que permiten acoger más fácilmente la intuición de la fe, y esto gracias a las luces particulares que algunos de ellos han recibido del Espíritu Santo, o incluso a través de la experiencia que ellos mismos han hecho de los terribles estados de prueba que la tradición mística describe como « noche oscura ». Muchas veces los Santos han vivido algo semejante a la experiencia de Jesús en la cruz en la paradójica confluencia de felicidad y dolor. En el Diálogo de la Divina Providencia Dios Padre muestra a Catalina de Siena cómo en las almas santas puede estar presente la alegría junto con el sufrimiento: « Y el alma está feliz y doliente: doliente por los pecados del prójimo, feliz por la unión y por el afecto de la caridadque ha recibido en sí misma. Ellos imitan al Cordero inmaculado, a mi Hijo Unigénito, el cual estando en la cruz estaba feliz y doliente ».13 Del mismo modo Teresa de Lisieux vive su agonía en comunión con la de Jesús, verificando en sí misma precisamente la misma paradoja de Jesús feliz y angustiado: « Nuestro Señor en el huerto de los Olivos gozaba de todas las alegrías de la Trinidad, sin embargo su agonía no era menos cruel. Es un misterio, pero le aseguro que, de lo que pruebo yo misma, comprendo algo ».14 Es un testimonio muy claro. Por otra parte, la misma narración de los evangelistas da lugar a esta percepción eclesial de la conciencia de Cristo cuando recuerda que, aun en su profundo dolor, él muere implorando el perdón para sus verdugos (cf. Lc 23,34) y expresando al Padre su extremo abandono filial: « Padre, en tus manos pongo mi espíritu » (Lc 23,46). (Juan Pablo II: Carta Apostólica Novo millennio ineunte, nn. 25-27)

[9] Juan Pablo II: Carta Encíclica Redemptoris Mater, n. 18

[10] cf Mc 14, 50

[11] Juan Pablo II: Carta Enc. Redemptoris Mater, n. 48. También  “María, que nos precede en la peregrinación de la fe” (Exh. Apostólica Sollicituo rei socialis, n. 49;” Que María, la Madre del Redentor, la cual permanece junto a Cristo en su camino hacia los hombres y con los hombres, y que precede a la Iglesia en la peregrinación de la fe” (Carta Enc. Centesimus annus, n. 62) y en varios documentos más.

[12] CCE n. 645

[13] Jean Corbon: Liturgia Fundamental, Ed. Palabra, Madrid 2001, p. 59

[14] Carta Enc. Dominum et Vivificantem, n. 6

[15] Jean Corbon, o.c., p. 54, nota 1 a pie de página

[16]   Esa kénosis prolongada de Jesús Resucitado se concentra de un modo especial en la Eucaristía:

“Humildad de Jesús: en Belén, en Nazaret, en el Calvario... -Pero más humillación y más anonadamiento en la Hostia Santísima: más que en el establo, y que en Nazaret y que en la Cruz.(Beato Josemaría: Camino 533).

 

[17] ( CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA  EN LA CLAUSURADEL VI CONSISTORIO EXTRAORDINARIO HOMILÍA DEL SANTO PADRE  Jueves 24 de mayo de 2001 Solemnidad de la Ascensión del Señor)

 

[18] Jn 16, 13

[19] Jn 16, 7

[20]  “como fruto de la Cruz, se derrama sobre la Humanidad el Espíritu Santo”  (Beato Josemaría: Es Cristo que pasa, La muerte de Cristo, vida del cristiano, 96.). Esta secuencia es muy frecuente en la predicción y en lo escritos del Beato Josemaría Escrivá: “Me he propuesto frecuentar más al Paráclito, y pedirle sus luces, me has dicho.-Bien: pero recuerda, hijo, que el Espíritu Santo es fruto de la Cruz”.(Forja, 759).

[21] Éste uno de los temas más enriquecedores del Catecismo de la Iglesia Católica.

[22] Jn 14, 26

[23] Hic promittit eis instructionem quam consequentur in adventu Spiritus Sancti qui docebit eos omnem veritatem. Cum enim sit a veritate, eius est docere veritatem, et facere similes suo principio. Et dicit omnem veritatem, scilicet fidei, quam docebit per quamdam elevatam intelligentiam in vita ista, et eamdem plenarie in vita aeterna, ubi cognoscemus sicut et cogniti sumus: I Cor. XIII, 12, et I Io. II, 27: unctio docebit vos et cetera. Vel omnem veritatem, figurarum legis, quam adepti sunt discipuli per spiritum sanctum. Unde Dan. I, 17, dicitur quod dedit Dominus pueris illis sapientiam et intelligentiam. Hic excludit dubitationem, quae poterat esse, si Spiritus Sanctus docebit eos, videtur scilicet quod esset maior Christo: quod non est, quia docebit eos virtute Patris et Filii, quia non loquetur a semetipso, sed a me, quia a me erit. Sicut enim Filius non operatur a semetipso sed a Patre, ita Spiritus Sanctus, quia est ab alio, scilicet a patre et filio, non loquetur a semetipso, sed quaecumque audiet, accipiendo scientiam sicut et essentiam ab aeterno, haec loquetur, non corporaliter, sed intrinsecus in mente illuminando;  (CORPUS THOMISTICUM Sancti Thomae de Aquino: Super Evangelium S. Ioannis lectura a capite XIII ad caput XVII

Cap 3. Textum Taurini 1952 editum ac automato translatum a Roberto Busa SJ in taenias magneticas denuo recognovit Enrique Alarcón atque instruxit.



[24] Cf Hechos 1, 3

[25] Sobre el auto-ocultamiento del Espíritu, véase CCE n. 687

[26] Santo Tomás: cf. supra

[27] “El Espíritu Santo es la memoria viva de la Iglesia” (cf Jn 14,26) [CCE n. 1099]

 

[28] Hechos 9, 4; 22, 7; 26, 14.

[29] CCE 1717

[30] Los cuerpos de las víctimas del sacrificio de Expiación eran quemadas fuera de las murallas de la ciudad, Lv 16, 27; Jesús también fue crucificado a las afueras de Jerusalén, Mt 27, 32p. Es preciso, ues, abandonar el campo del Judaísmo y del mundo [nota de la Biblia de Jerusalén a Hb 13, 12]

[31] Juan Pablo II: Carta Enc. Veritatis splendor, n. 72

[32] Markus Barth, Theol. Zeitschrift 41, Basilea, 1985, p. 348. Citado por U. Von Baltasar: o.c.

 

 

[33] CCE n. 108

[34] Const. Dei Verbum, n. 8

[35] Carta Enc. Veritatis splendor, n. 28

[36] San Juan de la Cruz: Del Cántico espiritual ,Canciones 37, 4 y 36, 13. En un orden estrictamente personal y vivencial, para avanzar en ese conocimiento es necesaria la experiencia de la Cruz, como dice el mismo Autor:

Que, por eso, dijo san Pablo del mismo Cristo, diciendo: En Cristo moran todos los tesoros y sabiduría escondidos. En los cuales el alma no puede entrar ni llegar a ellos, si, como habemos dicho, no pasa primero por la estrechura del padecer interior y exterior a la divina Sabiduría.

Porque, aun a lo que en esta vida se puede alcanzar de estos misterios de Cristo, no se puede llegar sin haber padecido mucho y recibido muchas mercedes intelectuales y sensitivas de Dios, y habiendo precedido mucho ejercicio espiritual, porque todas estas mercedes son más bajas que la sabiduría de los misterios de Cristo, porque todas son como disposiciones para venir a ella.

¡Oh, si se acabase ya de entender cómo no se puede llegar a la "espesura" y sabiduría de "las riquezas de Dios", que son de muchas maneras, si no es entrando en la "espesura del padecer" de muchas maneras, poniendo en eso el alma su consolación y deseo! ¡Y cómo el alma que de veras desea sabiduría divina desea primero el padecer para entrar en ella, en la "espesura de la cruz"! (l.c.)

[37] CCE n. 66

[38] CCE n. 67

[39]  J.A. Möhler  supo hacer ver la unidad entre Escritura y Tradición, sin considerarlas como caminos paralelos y complementarios entre sí. “Siempre se compenetraron y vivieron una dentro de la otra. Jamás se leyó en la Iglesia la Escritura sin influjo de la educación eclesiástica; pero ni en el siglo II ni en el III cabe imaginar tampoco la educación y la fe de la Iglesia sin influjo de la Escritura” (Johann Adam Moler: La unidad en la Iglesia, Ed. Eunate, 1996, p.140)

[40] CCE n. 67

[41] I Tm 3, 15

[42] Const. Lumen gentium, n. 48