EL OTRO
EXTREMO.
CARTA A UN SACERDOTE
AMIGO
Ignacio Falgueras Salinas
Reverendo Padre y querido amigo:
Hace unos días, asistiendo a una misa celebrada por Vd., le oí decir, con harto
dolor de mi alma, que el aserto “extra
Ecclesiam nulla salus” era una doctrina de s. Agustín que había quedado anulada
en nuestros días por el Concilio Vaticano II, el cual habría proclamado, según creí
entenderle, la salvación universal de los hombres. Casualmente, por esos mismos
días acababa yo de redactar y mandar para publicación una carta sobre ese dogma
dirigida a una persona que sostenía, al igual que Vd., que el último concilio (y
el Papa anterior) lo habían anulado, pero con las consecuencias contrarias,
pues estando bien informada acerca del valor doctrinal del “extra Ecclesiam nulla salus”, que no es
una doctrina particular, sino definida por
Nada más terminar la misa fui a
hablar con Vd., pero apenas pudimos intercambiar más que una breve y acalorada
conversación, en la que chocaron nuestras tesis, y que quedó inacabada, pues le
apremiaban a Vd. otras labores pastorales. Reafirmándome en el respeto que como
a sacerdote de Cristo le tengo, le ruego me perdone lo atolondrado de mi
exposición en aquellos momentos. Y para compensar aquellos defectos le escribo
estas páginas con toda mi atención y cariño, en la esperanza de que prevalezca
sobre mis debilidades la fe de
Procederé, en lo que sigue, a
establecer, primero, la enseñanza del Vaticano II en torno a la salvación de
los hombres, que, como ya he mostrado en el escrito “Extra Ecclesiam nulla salus”, no sólo no contradice este dogma,
sino que lo reafirma múltiples veces. A esa tarea corresponderá la primera
parte de esta carta. En la segunda parte, estudiaré el origen histórico del dogma
–que no está en s. Agustín, aunque lo tenga a él entre sus primeros expositores–,
así como su significado preciso y su valor teológico.
I.-
A fin de no repetir lo que ya quedó
consignado acerca de la doctrina de
I.1- Veamos el primer punto.
Ciertamente, Cristo ha muerto por todos
los hombres para redimirnos[1],
pero eso no implica que todos los hombres sean redimidos por Él, porque para
salvarse hace falta otra condición además de la gracia de Cristo, a saber, la
libertad humana que acepte esa gracia[2].
Precisamente, ha sido mérito del Concilio Vaticano II el haber recalcado algo
que
“el hombre, redimido por Cristo Salvador y
llamado por Jesucristo a la filiación adoptiva, no puede adherirse a Dios, que
se revela a sí mismo, a menos que atraído por el Padre, rinda a Dios el
obsequio racional y libre de la fe” (Dignitatis
humanae, n. 10[3]).
Y también:
“hay que anunciar al Dios vivo y
a Jesucristo enviado por Él para salvar a todos, a fin de que los no cristianos,
bajo la acción del Espíritu Santo que abre sus corazones, creyendo se
conviertan libremente al Señor y se unan a Él con sinceridad”, (Ad gentes, n. 13[4])
Y para mayor
claridad nos indica cómo esa doctrina fue enseñada por nuestro Señor:
“Dios llama ciertamente a los hombres a
servirle en espíritu y verdad, en virtud de lo cual éstos quedan obligados en
conciencia, pero no coaccionados. Porque Dios tiene en cuenta la dignidad de la
persona humana que Él mismo ha creado, la cual debe regirse por su propia determinación
y gozar de libertad. Esto se hizo patente sobre todo en Cristo Jesús en quien
Dios se manifestó perfectamente a sí mismo y descubrió sus caminos…Finalmente,
al consumar en la cruz la obra de
Que Cristo haya
muerto por la redención de todos no significa, por tanto, que todos hayamos
sido salvados, sino sólo aquellos que acepten libremente ser redimidos por Él.
S. Agustín, una vez más, lo había dicho con la claridad y lucidez que le
caracteriza: “Dios que te hizo sin ti, no
te justifica sin ti”[6].
Lo que la muerte de Cristo garantiza es que no puede haber ni un solo hombre
que en algún momento de su vida (de un segundo o de cien años de duración) no
reciba el ofrecimiento de Su gracia. La diferencia entre la oferta de la gracia
redentora de Cristo y su aceptación por parte de los hombres es sugerida por el
Maestro en la fórmula de la consagración del cáliz que nos conservaron los
evangelios de s. Mateo y de s. Marcos: “Ésta
es mi sangre de
Por otra parte, en Dios nada es
mecánico ni automático, sino todo espiritual y libre. Lo mismo que la
presciencia divina no fuerza a hacer el mal a nadie[8],
tampoco su gracia constriñe a obrar el bien ni a salvarse. Ningún ser humano es,
ni fue, ni será salvado más que por la conjunción de la gracia de Cristo y de
su libertad. En consecuencia, aunque Cristo haya muerto por todos, nadie está necesariamente redimido[9].
Por si quedara alguna duda
acerca de la libertad del acto de fe, esto es lo que nos dice el Vaticano II:
“
Este texto expresa la
consecuencia práctica, para los creyentes, de la libertad intrínseca del acto
de fe[10],
querida por Dios, quien no coacciona a creer, aunque sí nos lo exija moralmente.
En definitiva, Cristo ha muerto
por todos los hombres, pero sólo los que creen en Él y aceptan libremente su
redención se salvan.
I.2.- La gracia de Cristo se ha dado en forma de semillas de
Es cierto que el Concilio
respeta y valora todas las religiones de todos los tiempos:
“Ya desde la antigüedad y hasta nuestros días
se encuentra en los diversos pueblos una cierta percepción de aquella fuerza
misteriosa que se halla presente en la marcha de las cosas y en los
acontecimientos de la vida humana, y a veces también el reconocimiento de
Nótese, no obstante, que en este
texto se dice que
Así mismo en
“
Sin embargo, inmediatamente
después de esta declaración de aprecio, el Concilio señala que los hombres se
extravían muchas veces, por engaño del Maligno y por sus falsos pensamientos,
sirviendo a las criaturas en vez de al creador. Además, esa valoración de lo
bueno que se halle en todas las religiones no la hace el Concilio por igual, pues
se refiere por separado al judaísmo, al islamismo y a las religiones politeístas,
animistas, etc. Es cierto que las respeta a todas, pero es obvio que no las puede
valorar a todas del mismo modo. Por lo demás, el Concilio no se pronuncia sobre
las sectas destructivas, cuya proliferación es un fenómeno posterior, pero que tienen,
en la conciencia de muchos de los que se adhieren a ellas, una motivación
religiosa, ¿acaso habría que valorarlas positivamente? ¿Y los cultos satánicos?
–El respeto de
Así lo confirma otro documento del
Vaticano II:
“Esfuércense,
además, los cristianos, caminando con sabiduría, por difundir ante los de fuera
en el Espíritu Santo, en caridad no fingida, en palabras de verdad (2 Co 6,
6-7), la luz de la vida con toda confianza y fortaleza, incluso hasta el
derramamiento de sangre. / Porque el discípulo tiene la obligación grave para
con Cristo Maestro de conocer cada día más la verdad que de Él ha recibido, de
anunciarla fielmente y de defenderla con valentía, excluidos los medios
contrarios al espíritu evangélico. A la vez, empero, la caridad de Cristo le
acucia para que trate con amor, prudencia y paciencia a los hombres que viven
en el error o en la ignorancia de la fe. Deben, pues tenerse en cuenta tanto
los deberes para con Cristo, Verbo vivificante, que hay que predicar, como los
derechos de la persona humana y la medida de la gracia que Dios, por Cristo, ha
concedido al hombre, que es invitado a recibir y profesar voluntariamente”
(Dignitatis humanae, 14[21]).
Si hay que
predicar el evangelio con fortaleza y hasta el derramamiento de la sangre, será
porque hemos de llevar la contraria a los errores y maldades de los hombres y
de sus religiones, de lo contrario, si les adulamos alabando sus yerros y malicias,
¿qué peligro podría haber?; si hemos de anunciar fielmente la verdad y de defenderla con valentía, será porque hemos de denunciar lo que la verdad
(Cristo) nos enseña que es erróneo o malo. El equilibrio entre el anuncio de la
verdad y el respeto por las religiones, así como de la conciencia ajena, no
lleva consigo el silencio ante el error y el consentimiento en el mal moral,
sino la denuncia de ambos sin el empleo de la coacción[22].
Además, según ya he dicho, el
Concilio sólo valora positivamente en las religiones lo que es fruto de la
acción del Espíritu Santo, la cual no es en ellos una revelación directa, sino una
semilla de
Pero si admitiéramos, no
obstante, que, por hipótesis fingida, hubiere alguna religión meramente humana que
poseyera todas las semillas de la verdad, en realidad esa religión no poseería
otra cosa que «semillas», o sea, verdades
y gracias en germen o por desarrollar con la doctrina y los dones de
Cristo. Conviene prestar atención, pues, al símbolo de la semilla. Y precisamente,
en el símbolo de la semilla, tan evangélico[23],
se contiene que, si no cae en tierra buena, y no recibe las labores debidas ni
el beneficio de lluvia, no crecerá ni se hará árbol; es decir, en el símbolo está
implícito que las semillas por sí solas no dan frutos de vida eterna. Al estar
rodeadas de elementos adversos, errores, pecados y malas costumbres, se secarían
y desaparecerían, salvo que la propia gracia de Cristo las rescatase y
redimiese. Las semillas de
Según el Concilio, las semillas
de
“porque estos esfuerzos (con los que
los hombres buscan de muchas maneras a Dios, para ver si a tientas le pueden
encontrar) necesitan ser iluminados y sanados, aunque, por benigna
determinación del Dios providente, pueden tenerse alguna vez como pedagogía
hacia el Dios verdadero o como preparación para el Evangelio” (Ad gentes,
n. 3[25]).
El
esfuerzo humano de búsqueda para encontrar a Dios es la esencia misma de la religión.
En ese esfuerzo las semillas de
No se olvide, además, que todos
nacemos con el pecado de origen, de manera que ni tenemos un conocimiento
adecuado de Dios ni agradamos a Dios con las obras buenas que hacemos por ser humanamente
buenas, sino cuando son hechas con la fe y la caridad que otorga la gracia
salvadora de Cristo[30].
Como consecuencia del pecado original,
“Los preceptos de la ley natural no son
percibidos por todos de una manera clara e inmediata. En la situación actual, la gracia y la revelación son necesarias al
hombre pecador para que las verdades religiosas y morales puedan ser conocidas
"de todos y sin dificultad, con una firme certeza y sin mezcla de
error" (Pío XII, Enc. "Humani generis": DS 3876). La ley natural
proporciona a
Para que den fruto, las semillas
de
Como dijo s. Pedro, Dios quiere
que todos los hombres se conviertan: “Para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor
no tarda en cumplir su promesa, sino que obra pacientemente con vosotros, no
queriendo que perezcan algunos, sino que todos vengan a penitencia” (2 Pe 3, 8-9). Todo ser humano tiene, para
salvarse, que volver a Dios, o sea, convertirse; no tengamos más prisa que Dios
por salvar a los hombres, pretendiendo que lo hagan sin arrepentirse, sin ser iluminados y sanados por el Hijo de Dios.
Por todo lo anterior, para
engendrar la vida nueva de Cristo, sin la cual no hay salvación, el Espíritu
Santo ha de obrar en nosotros más que la simple siembra de esas semillas:
“El Espíritu Santo, que llama a todos los
hombres a Cristo por las semillas de
Este texto reúne los cuatro pasos
que recorre la llamada del Espíritu dirigida a todos los hombres para que vayan
a Cristo: (i) la siembra de la semilla de
I.3.- Luego basta, por ejemplo, a un budista con ser un buen budista para
salvarse.
Cualquiera puede ver que esta
conclusión no se sigue, en modo alguno, de la doctrina del Concilio. Lo más que
cabe concluir es que un buen budista puede ser también salvado por Cristo, cuando
se convierta en su corazón y crea que Él es el Hijo de Dios, hecho hombre para
salvarnos. Es más, parece que eso mismo se ha de decir de un mal budista, sobre
todo habida cuenta de la
enseñanza evangélica según la cual los publicanos y las meretrices precederán a
muchos en el reino de los cielos (Mt
21, 31-32): están mejor dispuestos para la redención quienes se saben pecadores
que quienes se creen justos. Por lo que
las semillas de
Mas como la referencia al
budismo se hace a título de ejemplo, en el fondo lo que se afirma en la tesis
arriba enunciada es que toda buena persona se salva. Contra los que deducen eso
del Concilio alzó su voz Pablo VI con estas palabras:
“Con demasiada frecuencia y bajo formas
diversas se oye decir que imponer una verdad, por ejemplo, la del Evangelio,
que imponer una vía, aunque sea la de la salvación, no es sino una violencia
cometida contra la libertad religiosa. Además, se añade, ¿para qué anunciar el
Evangelio, ya que todo hombre se salva por la rectitud del corazón? Por otra
parte, es bien sabido que el mundo y la historia están llenos de «semillas del
Verbo». ¿No es, pues, una ilusión pretender llevar el Evangelio donde ya está
presente a través de esas semillas que el mismo Señor ha esparcido? /
Cualquiera que haga un esfuerzo por examinar a fondo, a la luz de los
documentos conciliares, las cuestiones que tales y tan superficiales
razonamientos plantean, encontrarán una bien distinta visión de la realidad”
(Evangelii Nuntiandi, n.80[33]).
Si fuera verdad[34]
que a todo hombre le bastara para salvarse con ser un buen hombre, o con seguir fielmente su religión, el anuncio del
evangelio no sería más que un obstáculo o complicación para la salvación de los
no creyentes. Ante todo, porque en tal caso el anuncio debería reducirse a
decirles: no os preocupéis, con lo que ya hacéis y sabéis os salváis; o sea, el
anuncio del evangelio equivaldría a la confesión de la superfluidad de ese
mismo anuncio. A lo que podrían responder ellos: ¿y para qué os molestáis en
decirnos lo que ya creemos? ¿Es eso todo lo que os ha enseñado Cristo: que cada
cual se quede en sus creencias y en sus religiones? Pero no sólo sería superfluo
tal mensaje, sino verdaderamente dañino, pues en el fondo lo que se estaría
diciendo es: no hace falta que busquéis más a Dios, ni la verdad, ni que os
convirtáis, pues la salvación ya la tenéis en vuestras religiones, cumplid sus
preceptos y os salvaréis[35].
Mas eso sería engañarlos, pues el hombre ha sido puesto en el mundo para buscar
a Dios (Hech 17, 27), y Cristo ha
venido para enseñar el Camino,
No debemos, pues, confundir el
respeto a la conciencia ajena, que
En consecuencia, una cosa son el
respeto por las religiones, el diálogo interreligioso y el respeto por la
conciencia ajena[38],
pero otra muy diferente es que cualquier mera religión salve a los hombres,
pues –no tengo más remedio que repetirlo– fuera de Jesucristo Nazareno no hay
salvación: “y no hay salvación en ningún
otro, pues no ha sido dado a los hombres ningún otro nombre bajo el cielo en el
cual debamos salvarnos” (Hech 4,
12). Cuando se pretende que los hombres se salven por su sola y propia bondad, se cree uno más amigo de los hombres
que Cristo, que dio su vida por nosotros, y más misericordioso que el Padre,
que entregó a su propio Hijo para que todo el que crea en Él se salve: se cae
en gravísimo pecado de soberbia que ahoga toda posible redención.
I.4.- Por lo cual
Si se admitiera el punto I.3, habría
que concluir que
“Enseña (el sagrado concilio), fundado en
En congruencia con
esa necesidad de pertenecer a
“Todos los hombres son admitidos a esta
unidad católica del pueblo de Dios, que prefigura y promueve la paz universal y
a ella pertenecen de varios modos o están ordenados tanto los fieles católicos
como los otros cristianos, e incluso todos los hombres en general, llamados a
la salvación por la gracia de Dios” (Lumen
gentium, n. 13[40]).
A
“(Cristo) constituyó a su Cuerpo que es
Si
Por si lo anterior
fuera poco, el Concilio recoge expresamente
el aserto que Vd. cree que niega:
“En toda comunidad que participa del altar,
bajo el ministerio sagrado del obispo, se manifiesta el símbolo de aquella
caridad y «unidad del Cuerpo místico sin la que no puede haber salvación»”
(Lumen gentium n. 26[43]).
El Cuerpo místico
es
A todo lo cual añade el Papa
Juan Pablo II:
“El hecho de que los seguidores de otras
religiones puedan recibir la gracia de Dios y ser salvados por Cristo,
independientemente de los medios ordinarios que él ha establecido, no quita la
llamada a la fe y al bautismo que Dios quiere para todos los pueblos” (Redemptoris missio, n. 55[44]).
Pero una cosa es que Dios tenga,
además de los ordinarios, medios ocultos para nosotros y extraordinarios de
salvar a los hombres, y otra que eso se haga por completo fuera de
Es éste el momento de hacer
expresa la índole de
Con relación a nuestra capacidad
de conocimiento, esa escala, o esa misión, es sólo visible en su cabo inferior
y no en toda su envergadura. Con relación a su cumplimiento, los miembros de
Esta diversidad de situaciones
no rompe la unidad de
Es cierto que los modos
extraordinarios usados por Dios para incorporar a los hombres a su reino quedan
fuera del alcance de nuestro saber, pero también es cierto que esos modos han de
tener todos el mismo resultado, antes o después, en la vida o en la muerte: creer, con fe informada por la caridad, que
Cristo es el Hijo de Dios hecho hombre y muerto para salvarnos. Sólo así
podemos ser liberados del pecado de origen y de los nuestros propios, pues
quien así cree en Él ya tiene la vida eterna (Jn 3, 36) y está asociado a su Cuerpo.
En conclusión, fuera de
II.- LAS FUENTES HISTÓRICAS DEL
“EXTRA ECCLESIAM NULLA SALUS”.
Según le oí decir en su sermón, mi
querido Padre, s. Agustín habría sido el que propuso ese aserto. Y es verdad
que s. Agustín lo repitió, pero no fue el primero en proponerlo, pues él menciona
expresamente de quién lo ha tomado, a saber, de s. Cipriano. En la disputa
acerca de la necesidad de bautizar o no a los ya bautizados por los herejes
cuando querían ser admitidos en
S. Cipriano no remite de modo
expreso a ningún otro uso precedente de dicho aserto, pero sugiere la razón en
que se funda, a saber: que
Pero, como Vd. sabe, mi querido Padre,
los cristianos no creemos en ese dogma porque lo adelantara s. Cipriano y s.
Agustín lo hiciera suyo, sino (i) porque
recoge el espíritu del mandato
evangélico de ir a todo el mundo y predicar la buena nueva a toda criatura, de
manera que los que crean y se bauticen se salvarán, pero los que no crean se
condenarán[53],
y (ii) porque lo recoge no según nuestra interpretación personal, no a nuestro
gusto y opinión, sino según lo entiende la propia Iglesia bajo la acción del
Espíritu Santo, tal como lo muestra la amplísima tradición que lo respalda,
y que lo ha llegado a proponer a nuestra fe en declaraciones y definiciones
solemnes y universales.
La base del dogma radica, como
s. Cipriano sugiere, en el artículo del credo que dice “creo en
En cuanto a la calificación o
censura teológica de esta enseñanza, el propio magisterio de
Estamos, por tanto, ante una
verdad que es necesario confesar. Es bien conocida aquella regla a seguir en
las controversias que, erróneamente también,
se suele atribuir a s. Agustín: en las
cosas necesarias unidad, en las dudosas libertad, en todas caridad[68].
No me habría tomado tanta molestia ni habría dedicado tantas horas a escribirle
esta carta, si no fuera porque se trata de una doctrina en la que es necesaria
la unidad, según lo prueban los textos citados.
La grandeza, pues, de s.
Cipriano y s. Agustín radica en haber sido fieles al Espíritu Santo en punto tan
esencial, habiendo sabido inducir el dogma mencionado del símbolo de la fe y
del mandato evangelizador de Cristo, así como formularlo de manera concisa y
pertinente. Para disipar prejuicios nacidos del desconocimiento, me voy a
detener brevemente en la doctrina de s. Agustín al respecto, porque, si bien no
fue el primero en proponerlo, lo desarrolló de modo teológicamente amplio y
rico, y, por cierto, de modo muy distinto a como pudieran pensar algunos de los
que le atribuyen la invención del dicho.
Ante todo, S. Agustín discierne
netamente entre
“Fuera se hacen algunas cosas en nombre de
Cristo, no contra
“Incluso muchos que están abiertamente fuera,
y son llamados herejes, son mejores que otros muchos y buenos católicos. Pues
qué son hoy lo vemos, pero qué serán mañana lo ignoramos” (Ibid. IV, 3, 4, PL 43, 156.).
Este último texto nos indica un
importante asunto que escapa a nuestra mirada, pero no a la de Dios, a saber, el futuro, respecto del cual aclara el
Santo:
“Pues, en efecto, en la inefable
presciencia de Dios, muchos que parecen fuera están dentro, y muchos que
parecen dentro están fuera” (Ibid.
V, 27, 38, PL 43, 196).
Por tanto,
“Si Él es la cabeza, nosotros somos los
miembros: toda su Iglesia que está difundida por todas partes, de la que Él es
cabeza. No solo los fieles que ahora existen, sino los que fueron antes que
nosotros y los que habrán de ser después que nosotros hasta el fin del mundo,
todos pertenecen a su cuerpo” (Enarratio
in Ps. 62, 2, PL 36, 749).
A esta noción tan
universal de Iglesia, que es la completa y verdadera, no a la que se mide por
el mero alcance de nuestra información humana, sino por el de la divina, es a
la que se apela en el «Extra Ecclesiam
nulla salus». Téngase en cuenta, además, que, según S. Agustín, los hombres
pueden estar fuera de
Concretamente,
respecto al bautismo de los herejes, y aludiendo al Arca de Noé como símbolo de
“Puede darse, pues, que incluso algunos
bautizados fuera sean considerados por la presciencia divina, con mayor verdad,
como bautizados dentro: porque allí empezó el agua a serles de provecho…y que,
por el contrario, algunos que parecían bautizados dentro sean considerados por
la presciencia de Dios, con mayor verdad, como bautizados fuera: usando, en
efecto, mal del bautismo, morirán por el agua; lo que no ocurrió entonces a
ninguno, sino al que estaba al margen del arca” (De baptismo contra Donatistas, V, 28, 39 PL 43, 196-197).
Si no fuera por el agua, ¿cómo
estarían en el arca? Si no estuvieran en el arca, ¿cómo estarían en
En este sentido, s. Agustín
llega a hacer la siguiente declaración: “Fuera
de
Para entender a
fondo este texto es preciso, ante todo, tener en cuenta que el estar fuera o dentro de
Pero, además, ha de tenerse en
cuenta otro importante extremo, que se olvida, mi querido Padre y amigo,
demasiadas veces: nosotros estamos en
vías de salvación, pero todavía no estamos salvados, estamos –si en verdad
es así– en gracia de Dios, pero todavía no hemos sido redimidos del todo. Lejos
de mí sugerir que haya en los que están en gracia nada condenable[75],
pero puede llegar a haberlo si perdieran la gracia o la disminuyeran, por eso todavía
tienen que pedir diariamente a Dios que perdone sus deudas y los libre del mal.
En resumidas cuentas, el dogma «Extra Ecclesiam nulla salus» ha de ser
entendido conforme a como lo entiende
Como nuestra conversación tras
la misa fue muy breve y algo tensa, quiero pedirle disculpas si en la
exposición anterior hubiera interpretado mal su pensamiento o le hubiera
atribuido opiniones que no son suyas, y desde luego quiero manifestarle que mi
total desacuerdo con sus tesis y mi manera abrupta de decirlo no significan en
absoluto un aminoramiento de mi estima por Vd. Más aún, quiero dejar constancia
de mi profunda gratitud a su servicio como sacerdote, por cuyo medio recibo el
sustento de mi espíritu y el germen de la vida eterna para mi cuerpo. Gracias
por dedicar su vida a Cristo y a
Málaga, 10 de enero de 2006
[1] Esta verdad forma parte
del Credo Niceno-Constantinopolitano: “que
por nosotros los hombres y por nuestra salvación descendió de los cielos”
(Denzinger-Schönmetzer, Enchiridion
Symbolorum… [DS], Herder, 34ª ed.,
Barcelona, 1967, 125 y 150), o sea, forma parte de las verdades elementales del
cristianismo. Por si a alguien no le parecen suficientemente claras esas
palabras, puede comprobar que
[2] “Así como no existe ni ha existido ni
existirá ningún hombre cuya naturaleza no fuera asumida en Él, así tampoco
existe, ni ha existido ni existirá ningún hombre por el cual no haya padecido
Cristo Jesús Señor nuestro; aunque no todos sean redimidos por el misterio de
su pasión. Pero que no todos sean redimidos por el misterio de su pasión, no
depende de la magnitud y abundancia del precio [pagado], sino que depende de la
parte de los infieles y de los que no creen con aquella fe “que obra por el amor”
[Gal 5, 6]; porque la pócima de la salvación humana, cuyos ingredientes son
nuestra debilidad y el poder divino, tiene ciertamente en sí el aprovechar a
todos: pero si no se bebe, no se sana” (Sínodo de Quiercy, año 853, DS 624).
[3] Trad. esp.,
B.A.C. Madrid,
2ª edición, 1966, 696. Cfr. Pio XII, Mystici
Corporis: “pues la fe, sin la que ‘es
imposible agradar a Dios’ [Heb 11,6] debe ser un libérrimo obsequio del
entendimiento y de la voluntad” (DS
3822).
[4] Trad. esp., B.A.C.,
588).
[5] Trad. esp., B.A.C.,
697.
[6] Enarr. In Ps. 102, n. 7, PL 37, 1321.
[7] A la cuestión de si la
sangre de Cristo fue derramada también por los impíos, el Sínodo Valentino
(855), aprobado por Benedicto III (855-858), respondió que también por ellos se
pagó el precio requerido para que pudieran
creer y tener la vida eterna, de acuerdo con la verdad evangélica y
apostólica (DS 630). Puesto que este
Concilio fue reconciliado (en el Sínodo de Toul) con el de Quiercy, tales
palabras deben entenderse en conexión con el texto de la nota 2: todos pueden
salvarse, no hay predestinación al mal ni al infierno, sino que los que se
condenan, por la falta de aquella fe que obra mediante la caridad se
condenan.
[8] DS 627: “Ni ha de creerse que la presciencia de Dios impusiera en absoluto a
ningún malo la necesidad de que no pudiera ser otra cosa, sino que él había de
ser por su propia voluntad lo que Dios, que lo sabe todo antes de que suceda,
previó por su omnipotente e inconmutable majestad. 'Y no creemos que nadie sea
condenado por juicio previo, sino por merecimiento de su propia iniquidad', 'ni
que los mismos malos se perdieron porque no pudieron ser buenos, sino porque no
quisieron ser buenos y por su culpa permanecieron en la masa de condenación por
la culpa original o también por la actual””.
[9] Concilio
Tridentino: “Pero aunque Él “murió por
todos” [2 Cor 5, 15], no todos, sin embargo, reciben el beneficio de su muerte,
sino sólo aquellos a los que les es comunicado el mérito de su pasión” (DS 1523). Lo cual debe ser entendido no
como una impotencia del salvador, sino como una restricción nacida de la libertad
del hombre.
[10] Pio XII, Mystici Corporis: “…pues nadie cree sino queriendo. Por lo cual si algunos no creyentes
fueran obligados realmente a entrar en el edificio de
[11] Trad, esp., B.A.C., 728-729.
[12] “Porque el ateísmo, considerado en su
integridad, no es algo originario, sino que más bien se origina de varias
causas, entre las que se cuentan también la reacción crítica contra las
religiones…” (Gaudium et spes, n.19, trad. esp., B.A.C., 233).
[13]
Ibid.
n.21
[14] Trad. Esp., B.A.C., 36.
[15] Mt 10, 24-25.
[16] Rom 9, 32-33.
[17] Mt 10, 34-35.
[18] Jn 13, 16; 15, 20: “no es el siervo mayor que su señor, si me han perseguido a mí, también
a vosotros os perseguirán”.
[19] Mt 23, 1 ss.
[20] 1 Jn 1, 10.
[21] Trad. esp., B.A.C, 702-703.
[22] La coacción
puede, y a veces debe, ser usada, pero nunca sobre la conciencia; tan solo
deberá ser usada, con la debida prudencia, para impedir la ejecución práctica
del mal, sobre todo cuando lleva consigo grave daño propio (v.gr.: suicidio, mutilación,
drogadicción, etc.) o de otros (v.gr.: aborto, eutanasia, violaciones,
pederastia, etc.). Sin embargo, salvo excepciones (Jn 2, 14-17), no toca a
[23] Mt 12, 3-9, 18-23, 24-30, 31-32. Cfr. Vaticano II, Ad gentes n. 22.
[24] Ad Gentes n. 11, trad. esp., B.A.C.,
584: “(Para que los mismos fieles puedan dar fructuosamente este testimonio de
Cristo) familiarícense con sus tradiciones nacionales y religiosas; descubran
con gozo y respeto las semillas de
[25] Trad. esp. B.A.C., 568.
[26] Los hombres de buena
voluntad que quieren hacer la voluntad de Dios se ordenan sin saberlo por su deseo y voto al Cuerpo místico (Pío
XII, Mystici corporis, DS 3821), porque para hacer la voluntad
de Dios y salvarse es necesario pertenecer a
[27] Cfr. El cristianismo y las religiones, Texto
del documento aprobado «in forma
specifica» por
[28] DS
1602.
[29] DS 1348.
[30] Ni tampoco debe
pensarse que cualquier voluntad implícita de ingresar en
[31] Trad. esp., Asociación de editores del Catecismo, Madrid,
1992, p. 436-437.
[32] Trad. esp., B.A.C. 590.
[33] Trad. esp. Políglota
Vaticana, PPC, Madrid, 11ª edición, 1984, 78.
[34] Que no sea verdad lo
enseña el magisterio eclesiástico, cfr. DS
3872: “Con cuyas palabras previsoras …
reprueba a aquellos ….que afirman falsamente que los hombres pueden salvarse
igualmente en toda religión”.
[35] Recordemos la
contundencia de los razonamientos de s. Pablo contra los que creen que la
justicia de
[36] Condenado expresamente
por León XII (DS 2720), Gregorio XVI
(DS 2730-2732) y Pío IX, (DS 2865-2867).
[37] “Quienes sin
[38] “…proponer a la conciencia la verdad
evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo…lejos de ser un atentado
contra la libertad religiosa es un homenaje a esa libertad” (Evangelii nuntiandi, 80, trad. esp., 78).
[39] Trad. esp., B.A.C., 32.
[40] Trad. esp., B.A.C., 32.
[41] Cfr. Lumen gentium, n. 16: “Aquellos, finalmente, que no recibieron
todavía el Evangelio, se ordenan en diversas medidas al Pueblo de Dios”.
[42] Trad. esp., B.A.C., 93. La expresión «sacramento universal»
no parece aludir sólo a que por
[43] Trad. esp.,
B.A.C., 54.
[44] Trad. esp., Ediciones Palabra, Madrid, 1991, 86.
[45] “Pues por la que llaman misión de derecho,
por la que el divino redentor envió a los apóstoles al mundo como Él había sido
enviado por el Padre [cf. Io 17, 18; 20, 21], Él es quien mediante
[46] Gen 28, 12.
[47] Cfr. Lumen gentium, nn. 1 y 2.
[48] Ep. 73, 21, PL 3, 1123.
[49] DS 123, 127 y128.
[50] “’Salus, inquit,
extra Ecclesam non est’. Quis negat? ...potest igitur nobis et haereticis
Baptisma esse commune” (De Baptismo ad Donatistas, IV, 17, n.24, PL 43, 170).
[51] “Esta es la única que tiene y posee toda la potestad de su esposo y Señor”
(“Haec est una quae tenet et possidet omnem sponsi sui et domini potestatem”,
Ep. 73, 11, PL 3, 1116)
[52] “…en
[53]
Mc 16, 15-16; Mt 28, 19-20; Lc 24, 47. Cfr. DS 3867: “Y en primer lugar
[54] Cfr. DS 1, 2, 3, 4, 5, 12, 41, 42, 44.
[55] “Quicumque vult salvus esse, ante omnia opus est, ut teneat catholicam
fidem: quam nisi quisque integram inviolatamque servaverit, absque dubio in
aeternum peribit” (DS 75). Cfr. DS 76 final.
[56] DS 575: “omnes, qui nunc in ea minime consistunt sive constiterint…perpetuae
damnationis sententia ulciscentur”.
[57] DS 792.
[58] “Una sola, empero, es
[59] DS 870.
[60] “(La sacrosanta Iglesia Romana) Firmemente cree, confiesa y predica que
‘ninguno de los que están fuera de
[61] DS 1351, que toma palabras de s. Fulgencio de Ruspe, en De fide ad Petrum, c.39, n.80 (PL 65,
704).
[62] DS 2917.
[63] DS 2865.
[64] DS 2866.
[65] DS 2867.
[66] Carta del Santo Oficio
al arzobispo de Boston (8/8/1949), aprobada expresamente por Pío XII (DS 3866).
[67] Aparte de los
documentos antes citados en los que se ponen juntos el artículo de fe y la imposibilidad
de salvarse fuera de
[68] «In necessariis unitas, in dubiis libertas,
in omnibus charitas servetur». Esta regla es, en realidad, una indicación de los editores
de
[69] A lo que ha de añadirse
la intención de hacer lo que
[70] Puesto que solo existe
una Iglesia de Cristo, los sacramentos correctamente administrados por los
herejes son sacramentos de la única Iglesia (universal), aunque hayan sido
administrados visiblemente fuera de
[71] “Extra Ecclesiam catholicam totum potest
praeter salutem”.
[72] Sermo ad Cesariensis Ecclesiae plebem, n. 6, PL 43, 695.
[73] De Baptismo contra Donatistas, V, 28, 39, PL 43, 197.
[74] Como recoge el Concilio
Vaticano II, Lumen gentium, n. 14, y citando
(en nota) el último pasaje de s. Agustín recién aludido por mí, no se salva el
que no persevera en el amor, aunque
esté incorporado a
[75] Rom 8, 1.
[76] DS 1572; cfr. 1541 y 1566
[77] Eso es lo que he
propuesto, con total sumisión a la autoridad eclesiástica, en mi libro El abandono final. Mi propuesta no se
separa del fondo de la doctrina de
[78] DS 2866.
[79] Desde antiguo se
admitió que el bautismo de sangre y el bautismo de deseo (o flaminis) suplían la falta del bautismo
ritual (DS 121, 741, 1524). Pero
ambos bautismos son salvíficos sólo en caso de muerte, y por ello están también
vinculados con la muerte de Cristo, quien al morir venció a la muerte y la
convirtió en fuente de vida eterna. Si se muere con Cristo, se participa en su
muerte y resurrección, que es justamente lo que adelanta la gracia del bautismo
(Rom 6, 3-8).
[80] Con esto no
pretendo reducir todos los medios extraordinarios de Dios para salvar a los
hombres a la sola muerte con Cristo, sino indicar que todos ellos se encaminan
a la muerte con Cristo, como don último ofrecido a la libre aceptación del
hombre.
[81] 1 Pe 4, 6.